Con sus fotos de gatos y una ironía mordaz, Mathieu Rebeaud, investigador en bioquímica basado en Suiza, prácticamente triplicó sus abonados en Twitter durante la pandemia, gracias a sus consejos para hacer frente a la superabundancia informativa y sobre todo a la desinformación.
Como Rebeaud, muchos médicos, profesores universitarios e instituciones de todo el mundo se volcaron en las redes sociales para explicar, detallar, desmontar errores, falsas informaciones y teorías del complot relativas a la covid-19.
Y la mayoría de ellos con una estrategia similar: en vez de hacer valer su rol de autoridad, apuestan por la línea pedagógica.
Los expertos consultados por la AFP estiman que la omnnipresencia de las redes sociales y la superabundancia de información los obligan a actuar rápido para alcanzar un máximo de gente con datos científicos y mensajes simples de prevención.
Sobre la pandemia, «las teorías del complot suministran explicaciones completas, simples, de apariencia racional y sólidas», y por tanto, «completamente opuestas al conocimiento científico disponible, que es complejo, fragmentado, cambiante y lleno de controversias», resume la investigadora Kinga Polynczuk-Alenius, de la Universidad de Helsinki.
«En este periodo de incertidumbre, es particularmente necesario difundir rápidamente una información fiable», advirtió ya en febrero la revista médica británica The Lancet.
Pero ¿cómo conciliar el tiempo largo de las publicaciones científicas rigurosas y el del público, acostumbrado a la instantaneidad de las redes sociales y a exigir a menudo respuestas firmes y definitivas?
– Desmentir –
De todas formas, «no nos queda más remedio», explica Jean-Gabriel Ganascia, presidente del comité ético del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia.
«Hay que actuar con lo que se dispone», agrega Jean-François Chambon, médico y director de comunicación del Instituto Pasteur, que en marzo tuvo que desmentir un video extremadamente viral que acusaba a la institución de haber «creado» el SARS-CoV-2.
La pandemia llevó así a la comunidad científica a ampliar su uso de las redes sociales y a hacerse más visible en ellas.
«Antes de la covid-19, estaba mucho menos presente en Twitter», explica Mathieu Rebeaud, de la Universidad de Lausana, en Suiza.
Para sus casi 14.000 abonados en Twitter, Rebeaud detalla los estudios científicos gracias a los «hilos» (threads), que permiten encadenar los mensajes.
Entre otros médicos e investigadores que se lanzaron al ruedo, destacan también el francés «Apothicaire amoureux» y la microbióloga holandesa Elisabeth Bik.
El 22 de mayo, horas después de que se publicara un amplio estudio sobre los efectos de la cloroquina y la hidroxicloroquina entre pacientes de la covid-19, Bik resumía sus conclusiones en una frase: «Menos supervivencia y más arritmias ventriculares».
La mayoría de gobiernos y agencias sanitarias consagran también en sus sitios oficiales páginas específicas a luchar contra las ideas falsas, declinadas además en las redes sociales.
Para esta crisis, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alcanzó un acuerdo con Facebook para difundir directamente mensajes en WhatsApp y Messenger. En los medios de comunicación, científicos y médicos comparecen a diario para desmontar ideas preconcebidas del virus.
Sobre la desinformación, «no teníamos ningún dispositivo específico, pero rápidamente creamos una página web especial puesto (…) que nos dimos cuenta de que había mucha» sobre la covid-19, según Chambon, del Instituto Pasteur, que registra 16.000 nuevos abonados mensuales en todas las redes sociales, frente a 4.000 antes de la pandemia.
– Educación –
Pero el cambio no es solo cuantitativo, explica Mikaël Chambru, especialista en comunicación científica de la Universidad de Grenoble-Alpes (sureste de Francia).
Los científicos que se implican en el debate «buscan compartir la actualidad del saber con el fin de forjar una cultura científica entre el público, explicando cómo se trabaja y dando las claves para la comprensión», según Chambru.
Y es que «una postura de autoridad sería muy mal recibida por la población», abunda Jean-Gabriel Ganascia.
Los científicos también invierten tiempo recordando en tuits las reglas que hacen que un estudio sea más o menos serio, como el hecho de haber sido o no revisado por otros colegas («peer-to-peer»).
Pero la lucha es a menudo desequilibrada. «Desmontar una ‘estupidez’ requiere 10 veces más energía» que difundirla, según Rebeaud, corroborando un estudio de la revista Science de 2018 que mostró que las «mentiras se difunden más rápidamente que la verdad».
Por ello es importante actuar con antelación.
Una comunicación científica adaptada «no puede ser el único antídoto» contra las +fake news+», destaca la investigadora italiana en comunicación Mafalda Sandrini, para quien habría que revisar la educación científica para que el público sea menos permeable a este tipo de informaciones.