La Plaza de la Bandera ha vuelto a ser noticia, y también motivo de miedo ante la posibilidad de que tronara de nuevo el temible “¡Se van!”, que popularizó el Partido Revolucionario Moderno y que hicieron suyos los “jóvenes luchadores por la democracia” en el icónico lugar.

El pasado lunes, un puñado de personas llegó de nuevo hasta esa plaza con el grito de “¡Se van!”, pero eran tan pocos, que casi no se escuchó.



Robert Vargas del portal de noticias Ciudad Oriental llegó hasta ese lugar listo para captar todo cuanto fuera posible con nuestras cámaras.

De hecho, permanecimos allí hasta que se marchó el último de los manifestantes, puesto que no queríamos que nos sucediera lo de Febrero, que nos marchamos justo antes de que alguien lanzara una bomba lacrimógena, que abrió las puertas del infierno.



Era tan poca cosa lo que había allí, que nos dedicamos a observar todo el entorno del lugar donde estaban reunidos los manifestantes y nos fijamos en un detalle aparentemente insignificante: aquel grupo de hombres, no vestidos de negro, pero sí “armados con celulares”.

Pretendían parecer manifestantes, pero algo en ello sugería que no eran tales.

Se reunían en pequeños grupos de cuatro, tres y dos personas y uno de ellos parecía actuar en solitario.

Desde el principio, varios se reunieron en el lugar donde estaban estacionadas algunas patrullas policiales.

Luego, lentamente, y como quien no quiere la cosa, se fueron incrustando en medio del grupo de manifestantes. Grababan y tomaban fotos con sus celulares de todo lo que ocurría en su entorno y, de inmediato, parecía que “lo subían”.

Algunos daban la impresión de que pretendían aumentar su capacidad auditiva.

Algo estaban haciendo ellos, que se marcharon cuando vieron que los manifestantes se fueron tras una llovizna.

Los hombres de los celulares, en medio de la llovizna, corrieron casi juntos para montarse en algunos vehículos “de cuatro gomas” y en motocicletas que tenían estacionadas junto a las patrullas policiales. ¿Cómo se llama la obra?

No se por cuales motivos, su forma de actuar me hizo recordar un incidente en el que se vio involucrado “un chófer de concho” sobre el puente Francisco del Rosario Sánchez, durante un mitin político en el año 1973.

También recordé a los hombres que pasaban por mi barrio, donde nadie era rico, con su cantaleta diaria de “compro oro, compro oro”.

Pero aquellos eran otros tiempos, Eran tiempos de vigilancia, recolección y procesamientos de datos para luego pasar a la represión política. Ahora la cosa “es distinta”. A lo mejor cada uno de estos hombres de celulares tienen “un blog” particular.