Por la periodista Viridiana Ramírez — Medio kilómetro me separa de tierra firme y el agua apenas me sobrepasa por arriba del ombligo. Mido 1.56 metros de altura y no doy crédito al estar caminando en medio de un pedacito del mar Caribe. Mucho menos que, bajo mis pies, haya un “cielo líquido” tapizado de estrellas de mar que observo claramente desde la superficie.
A esta piscina natural la han bautizado como Playa Palmilla y forma parte del exuberante Parque Nacional Cotubanamá, en Bayahíbe, un pueblito pesquero al sur de República Dominicana, situado entre dos potencias turísticas de este guapachoso país, Santo Domingo y, por supuesto, Punta Cana.
Anclar en esta playa y flotar en sus aguas por casi una hora es la antesala del verdadero paraíso tropical que me espera: miles de palmeras cocoteras —sin exagerar— flanqueando una extensa alfombra de arena blanca deslumbrante y delineando perfectamente la forma de una herradura bañada por un mar turquesa, donde el sargazo afortunadamente está ausente.
El nombre de esta maravilla natural es Saona, una isla deshabitada y virgen que se conserva tal y como la descubrió Cristóbal Colón en su segundo viaje a las Américas, allá por el año de 1494.
Antes de desembarcar, el staff se ha adelantado en lanchas rápidas para montar camastros y una cocina con servicio de bar.
Foto: Ministerio de Turismo de República Dominicana
Mientras las langostas se asan y el vino se enfría, me entrego al primer chapuzón con visor y esnórquel, pues dicen que es fácil encontrarse con longevas tortugas carey, ya que Saona está catalogada como uno de sus principales sitios de anidación y conservación.
Nadar en el arrecife es una de las principales actividades de la isla, así como internarse tierra adentro para encontrarse con una laguna habitada por flamencos o explorar cuevas milenarias donde se refugiaron los indios taínos de las masacres españolas.
Esa etnia fue la primera en habitar la inmensa isla caribeña que bautizarían como Quisqueya, posteriormente descubierta por Cristóbal Colón en su primer viaje a América y a la cual cambiaría el nombre por La Española. Hoy en día, esa porción de tierra es donde se asientan República Dominicana y Haití.
Es hora del almuerzo, los visitantes salimos de entre las espigadas palmeras o de las aguas turquesas para unirnos al festín.
El merengue y la bachata nos ponen en ambiente, aunque a un volumen moderado para no alterar el entorno o despertar de su profundo sueño a los viajeros que duermen tumbados bajo los rayos del sol.
Mi dosis de vitamina D natural la encuentro bajo una palmera de tronco torcido, esas que solo había visto en postales. Contemplo y comprendo que en el planeta aún quedan sitios idílicos que debemos proteger a toda costa. Por ello, cuando el catamarán anuncia el viaje de regreso a tierra firme, no dudo en unirme al patrullaje para limpiar cualquier rastro de nuestra presencia, poniendo así mi “granito de arena” para que futuras generaciones de viajeros sigan disfrutando de estos escenarios de playas vírgenes, mismos que sirvieron para filmar la legendaria película de la década de los ochenta, “La laguna azul”.
Punta Cana con Juan Luis Guerra
Además de Santo Domingo, en el mapa viajero de República Dominicana resplandece Punta Cana, un destino de playas idílicas, campos de golf, casas de descanso de famosos (dicen que a veces se puede ver a Shakira y Vin Diesel entre los vecinos) y resorts de lujo, ubicado a menos de una hora del pueblo de Bayahíbe.
Después de pasar casi todo el día en Saona, el cuerpo me reclama un descanso. Me refugio en Sanctuary Cap Cana, un hotel todo incluido solo para adultos, con habitaciones que miran hacia el mar y un spa con el mejor circuito de hidroterapia que me renueva para salir a disfrutar de una noche dominicana.
Un lugar del que todos hablan en Punta Cana es Bachata Rosa. El nombre me es familiar, pero lo entiendo hasta arribar al restaurante del cantante dominicano Juan Luis Guerra, ya saben, ese de “quisiera ser un pez para tocar tu nariz en mi pecera y hacer burbujas de amor por donde quiera”.
La cena es todo un espectáculo: los platillos, la decoración y los performances están inspirados en las canciones más famosas del artista. En ciertos momentos, las paredes cobran vida gracias a la proyección de un video mapping que incluye escenas de conciertos y videos de Juan Luis.
El restaurante está repleto de elementos típicos de la cultura dominicana, desde el salón de belleza donde las mujeres se alisan el pelo —porque no les gusta su estilo afro—, las guaguas o autobuses públicos y el colmado, esas tiendas de abarrotes donde lo mismo se compra la comida del día, que se bebe una cerveza mientras se ve un partido de futbol o se baila bachata y merengue hasta la madrugada. Y, como el dicho reza “al lugar que fueres, haz lo que vieres”, es en un colmado de Punta Cana donde cierro la noche bailando “La Bilirrubina”.
Columpios al infinito
Al día siguiente y con una playlist descargada de Juan Luis Guerra, dejo Punta Cana para ir de tour al sitio que se ha coronado como el más fotografiado de todo el país: los columpios de Montaña Redonda, en el municipio de Miches, a hora y media de distancia.
La montaña tiene una altura de 300 metros sobre el nivel del mar y, justo en la cima, se instalaron ocho columpios para balancearse y sentirse “en las nubes”. Ninguno ofrece la misma vista, así que para ir bajando el miedo de sentir que me iré al vació, primero me subo al que mira hacia la selva, quizá porque su vaivén es más lento y donde puedo contemplar el vuelo de varias águilas.
Estoy lista para el columpio más grande, ese donde todos gritan por despegarse más de cinco metros del suelo.
El vértigo se me olvida cuando aprecio un paisaje único: el mar turquesa de la bahía de Samaná fusionándose con las cordilleras de Miches y las lagunas El Limón y Redonda.
De pronto, una capa de neblina oculta los intensos rayos de sol. Mis pupilas celebran con lágrimas lo afortunada que soy de ver cambiar el clima de un momento a otro. Un silencio estremecedor llena de calma la cima de Montaña Redonda, entonces compruebo que relajarse en un columpio no es misión imposible.
La neblina se esfuma en pocos minutos y el mirador recobra vida. Ahora busco las escobas para fotografiarme y lograr el efecto de estar volando, cual bruja. Para hacer el tour inolvidable, una familia local prepara un buffet de mariscos, el cual saboreo desde una hamaca que también, se mece sobre el vacío.
GUÍA DEL VIAJERO
Cómo llegar. Aeroméxico ofrece un vuelo diario a Santo Domingo, desde Ciudad de México. El tiempo estimado de viaje es de cuatro horas y media.
Tour a Montaña Redonda y traslados. Puedes contratarlos directamente en los hoteles o, bien, hacer tus reservas en Dominicana Tours. El servicio de transporte privado entre Santo Domingo y Punta Cana tiene un costo promedio de dos mil pesos para dos personas. www.dominicantours.com.do
Saona Dreams es la touroperadora que ofrece expediciones en catamarán y lanchas rápidas hacia Isla Saona. Se realizan desde Punta Cana o Bayahíbe. El costo es de 1,800 pesos, aproximadamente.
saonadreamsweb.com
Covid-19
Desde el 1 de julio, los aeropuertos y actividades turísticas en República Dominicana están abiertos al público, en un horario de lunes a viernes de 8 a 17 horas, y sábados y domingos de ocho a cuatro de la tarde. Al llegar al país, debes llenar una Declaración Jurada de Salud del Viajero, en la que refrendas que no viajas con algún síntoma asociado al virus. Adicionalmente, desde el 15 de septiembre se realizan pruebas rápidas de Covid-19 aleatorias a todos los pasajeros mayores de seis años.
Debido a la actual pandemia, el gobierno de República Dominica ofrece un seguro de asistencia en viajes gratuito a todos los turistas que ingresen vía aérea y se hospeden en hoteles del país. La cobertura incluye atención médica, traslados sanitarios, estadía prolongada, traslado de un familiar y penalidad por cambios de tarifa aérea. El seguro es válido para pasajeros de vuelos comerciales que realicen su check-in antes del 1 de enero de 2021.
*Este viaje se hizo antes de la pandemia de Covid-19