Hace cuatro años, una destacada académica en salud reproductiva, Shanna H. Swan, calculó que, de 1973 a 2011, el conteo de espermatozoides en el hombre promedio de Occidente había disminuido un 59 por ciento. Fue inevitable que surgieran encabezados sobre el “Espermagedón” y el riesgo de que los humanos desaparecerían, pero luego otros objetos brillantes desviaron nuestra atención.

Ahora Swan, investigadora de salud pública en el Centro Médico Monte Sinaí en Nueva York, ha escrito un libro, “Count Down”, que estará a la venta a partir del martes y que hace sonar una señal de alarma. El subtítulo es contundente: “Cómo nuestro mundo moderno está afectando el número de espermatozoides, alterando el desarrollo reproductivo de hombres y mujeres y poniendo en peligro el futuro de la raza humana”.



Swan y otros expertos dicen que el problema es una clase de químicos llamados alteradores endócrinos, los cuales imitan las hormonas del cuerpo y por lo tanto engañan a nuestras células. Esto es un problema grave para los fetos, ya que la diferenciación sexual ocurre al inicio del periodo gestacional. Los alteradores endócrinos pueden causar estragos en la reproducción.

Estos alteradores endócrinos están en todas partes: plásticos, champús, cosméticos, pesticidas, alimentos enlatados y recibos de cajeros automáticos. Muchas veces ni siquiera están enlistados en las etiquetas y pueden ser difíciles de evitar.



“De cierta manera, la disminución en el número de espermatozoides es parecida al estado del calentamiento global hace 40 años”, escribe Swan. “La crisis climática ha sido aceptada —al menos por la mayoría de las personas— como una amenaza real. Mi esperanza es que lo mismo suceda con esta crisis que se cierne sobre nosotros”.

Las empresas químicas son tan imprudentes como lo eran las tabacaleras hace una generación, o los fabricantes de opioides hace una década. Estas ejercen presión para que ni siquiera se realicen pruebas de seguridad de los alteradores endócrinos, de modo que no sabemos bien si los productos que utilizamos todos los días están dañando a nuestros cuerpos o hijos. Todos somos unos conejillos de Indias.

Además del declive en el número de espermatozoides, hay más que parecen ser defectuosos —hay un aumento en los espermatozoides bicéfalos— mientras que otros andan nadando en círculos en lugar de dirigirse con rapidez en búsqueda de un óvulo. Y los niños que han estado más expuestos a un tipo de alterador endócrino llamado ftalatos tienen penes más pequeños, encontró Swan.

Sigue habiendo muchas dudas, la investigación a veces es contradictoria y las vías biológicas no siempre son evidentes. Hay teorías divergentes sobre si la disminución en el conteo espermático es real y qué podría causarlo, y de por qué parece que las niñas llegan antes a la pubertad, y a veces no está claro si el incremento en las anormalidades genitales en los hombres refleja un aumento real o solo una mayor disponibilidad de datos.

De cualquier manera, la Sociedad Endócrina, la Sociedad de Endocrinología Pediátrica, el Panel Presidencial del Cáncer, y la Organización Mundial de la Salud han advertido sobre los alteradores endócrinos, y Europa y Canadá han empezado a regularlos. Pero en Estados Unidos, el Congreso y el gobierno de Trump al parecer escucharon más a los cabilderos de la industria que a los científicos independientes.

Patricia Ann Hunt, genetista reproductiva de la Universidad Estatal de Washington, ha realizado experimentos con ratones que demuestran que el impacto de los alteradores endócrinos es acumulativo, de generación en generación. Cuando se expuso a ratones lactantes durante solo unos días a sustancias químicas alteradoras del sistema endócrino, sus testículos de adultos produjeron menos espermatozoides, y esta incapacidad se transmitió a su descendencia. Aunque los resultados de los estudios en animales no son necesariamente aplicables a los humanos, después de tres generaciones expuestas a dichas sustancias, una quinta parte de los ratones macho era infértil.

“Esto me parece especialmente preocupante”, me dijo Hunt. “Desde el punto de vista de las exposiciones en los humanos, se podría decir que ahora estamos más o menos en la tercera generación”.

¿Qué significa esto para el futuro de la humanidad?

“No veo que los humanos se extingan, pero sí veo que los linajes familiares acaben para un subgrupo de personas que son infértiles”, me dijo Andrea Gore, profesora de neuroendocrinología en la Universidad de Texas, campus Austin. “La gente con afectaciones en el número de espermatozoides o en la calidad de sus óvulos no puede ejercer su derecho a decidir tener un hijo. Quizá eso no destruya nuestra especie, pero sin duda es devastador para esas parejas infértiles”.

Se necesitan más investigaciones, y la regulación gubernamental y la responsabilidad empresarial son cruciales para controlar los riesgos, pero Swan ofrece sugerencias prácticas para el día a día de quienes tienen las posibilidades. Guarda los alimentos en contenedores de vidrio, no de plástico. Sobre todo, al calentar alimentos en el microondas no los pongas en plástico ni los tapes con este material. Evita los pesticidas. Si puedes compra alimentos orgánicos. Evita el tabaco o la marihuana. Usa una cortina para la regadera de algodón o lino, no una de vinilo. No uses aromatizantes. Evita que se acumule el polvo en tu casa. Revisa los productos de consumo que utilizas con una guía en línea como la del Grupo de Trabajo Ambiental (EWG, por su sigla en inglés).

Muchos de los temas que aparecen en los titulares de hoy no tendrán mucha importancia dentro de una década, y mucho menos dentro de un siglo. El cambio climático es una excepción, y otra pueden ser los riesgos para nuestra capacidad de reproducirnos.

El paradigma de un “golpe bajo” es una patada en la entrepierna. Y eso, amigos, quizá sea lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos como especie.

Vìa: Prensa Libre