Luego de cinco horas de espera en una interminable fila de camiones extendida por más de 10 kilómetros, Pablo Alcalá logró llegar, por fin, a la meta. El destino era un surtidor de diesel de una estación de servicio de Petróleos de Venezuela (PDVSA) en la ciudad de Puerto Cabello, sede de la terminal de contenedores más grande del país.

Allí, su camión de la empresa transportista A&R Internacional iba a recibir el combustible necesario para continuar con la distribución de arroz, azúcar, soja, maíz e insumos industriales. Sin embargo, el objetivo de Alcalá pudo ser cumplido a medias.



Ante el severo racionamiento de diesel vigente en Venezuela desde comienzos de marzo, al camión solo le dispensaron 150 litros, la cuarta parte de su capacidad total. Sin el combustible suficiente para ir y regresar de la capital Caracas —distante a más de 200 kilómetros de Puerto Cabello—, los viajes de Alcalá se limitan ahora a ciudades más cercanas, como Valencia y San Felipe.

‘El transportista grande que tiene 70 dólares cuadra con la persona a cargo de la estación de servicio y tanquea ‘full’; el resto vamos a la cola por solo 150 litros’, dice.



El derrotero de Alcalá es apenas una muestra de la más reciente paradoja venezolana: en el país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, escasea el combustible que se utiliza para el transporte de carga.

‘Hay una situación estructural que es la pésima situación del parque refinador ante la falta de inversiones, y a eso se sumó desde fines del año pasado el endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos, lo que impide la llegada de diesel importado al país’, dice Igor Hernández, experto en el sector hidrocarburos y profesor del Centro Internacional de Energía y Ambiente del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA).

Por un lado, Venezuela está sufriendo el resultado de años de desinversión y mala gestión de la estatal PDVSA, empresa que, por ley, tiene asegurado el control de la comercialización del crudo en el país y una participación mayoritaria en las alianzas con compañías privadas para operar bloques.

Ese largo deterioro se refleja a nivel general en el derrumbe de la producción: mientras en 2008 PDVSA producía 3.26 millones de barriles diarios de crudo, en 2020 el volumen promedió los 400,000 barriles por día, el nivel más bajo de los últimos 80 años.

Ese derrumbe también se refleja en la capacidad de refinación del crudo para elaborar productos derivados del petróleo, como diesel, gasolina, querosene y combustible de turbina de aviación.

Si bien las plantas de Venezuela tienen capacidad para refinar 1.3 millones de barriles diarios del crudo pesado y extra pesado que se produce en el país, en promedio funcionan solo al 12% de su potencial debido a la falta de petróleo y a años de insuficiente inversión para llevar adelante las tareas de mantenimiento.

Para el diesel, eso significó una caída de la producción desde unos 120,000 barriles diarios en 2016 a unos 30,000 barriles en la actualidad.

Con eso, el actual volumen de producción solo cubre cerca del 70% de la demanda. Esa brecha es aún mayor para el transporte. El diesel que se produce en las refinerías venezolanas es de alto azufre, lo que implica que se puede usar, por ejemplo, para la generación eléctrica, pero no necesariamente para el transporte.

Ante una escasez que se viene agudizando, crece el riesgo de que a corto plazo se paralicen las unidades de transporte de carga que trasladan desde alimentos a medicinas, pasando por materias primas importadas para la elaboración de productos en la industria. No solo eso: el diesel es el combustible que se utiliza en Venezuela para las unidades de transporte público.

Hasta fines del año pasado, Venezuela venía cubriendo con importaciones la brecha entre la demanda y la oferta local de diesel. De hecho, el diesel que se importaba era el de súper bajo azufre, utilizado para vehículos.

Esa dinámica no se frenó con las sanciones impuestas por el gobierno de Donald Trump a Venezuela a comienzos de 2019: en una primera etapa Estados Unidos no obstaculizó los intercambios de crudo por diesel que PDVSA acordaba con la compañía rusa Rosneft, la india Reliance, la italiana ENI y la española Repsol.

Eso cambió a partir de octubre del año pasado cuando el gobierno de Trump endureció el bloqueo y amenazó con sancionar a las compañías que mantuvieran relaciones comerciales con la petrolera estatal venezolana.

Frenada la importación de diesel, en los últimos meses PDVSA logró abastecer con esfuerzo al mercado interno gracias a los inventarios que había acumulado y a la caída de la demanda provocada por la irrupción de la pandemia. Pero ya a comienzos de marzo el gobierno de Nicolás Maduro no tuvo otra opción que racionar el suministro de diesel a transportistas ante la agudización de la escasez.

“Quedan dos o tres meses en el inventario, pero ese diesel sería destinado más a la electricidad, con lo que el racionamiento seguirá en el transporte y se acentuará cada vez más el faltante”, dice Hernández.

En espera de las políticas de Joe Biden

La falta de diesel amenaza con asestar otro duro golpe a una economía que acumula una contracción del 90% desde 2013, año en que Nicolás Maduro asumió la presidencia del país. La escasez empieza a provocar retrasos en el despacho de productos importados y de la industria, en especial la que procesa alimentos. Esos problemas se agravan si se tiene en cuenta que más del 80% de los alimentos que se consumen en Venezuela provienen del exterior. Además, el faltante de diesel está poniendo en peligro la siembra y cosecha de cultivos en el país. ‘Si esta situación no se resuelve en el corto plazo existirá un alto impacto social-económico debido a que se puede reducir drásticamente el cargamento de los rubros principales para abastecer la demanda nacional’, dice Antero Alvarado, director regional de Gas Energy LA. ‘La situación es complicada y pueden aumentar significativamente las protestas’. Ante esos riesgos, el gobierno venezolano está urgido por encontrar una salida. Por un lado, a comienzos de marzo Maduro señaló que la Asamblea Nacional consideraría reformas a ley de hidrocarburos para permitir “nuevas modalidades de negocios”. En la práctica, esos cambios abrirían la puerta para que las petroleras privadas adquieran un rol más relevante. En esa línea, la Cámara de Petróleo de Venezuela propuso que los privados puedan instalar mini refinerías capaces de refinar hasta 50,000 barriles de crudo por día.

Sin embargo, esas opciones, en caso de avanzar, necesitan un tiempo de maduración y no resuelven la urgencia actual. A corto plazo, el principal objetivo de Maduro es que el gobierno de Joe Biden relaje el régimen de sanciones impuesto por Trump. Dado que los intercambios de crudo por diesel que llevaba adelante PDVSA no forman parte de las penalidades originales, la expectativa del gobierno venezolano —y de los proveedores de combustibles a la petrolera estatal venezolana— es que esas prohibiciones sean flexibilizadas. Ante la emergencia, se multiplican las voces en Venezuela que reclaman un acuerdo entre el gobierno y la oposición, similar al alcanzado recientemente para la liberación de fondos bloqueados en el extranjero por sanciones y que permitió iniciar el financiamiento de 12 millones de vacunas contra el COVID-19 del mecanismo COVAX. ‘La apuesta es que el gobierno de Biden otorgue excepciones por un horizonte temporal muy corto con una revisión periódica de la situación porque, de lo contrario, habrá un racionamiento de diesel cada vez más mayor’, dice Hernández. ‘La economía está muy diezmada por la crisis económica y por la pandemia, pero si en los próximos meses se vuelve a un escenario relativamente estable con la expectativa de recuperar actividad, esta escasez de combustible va a poner un techo muy bajo a la industria, además de que provocará desabastecimiento e impulsará aún más los precios en medicinas y alimentos’.