Se llamaba Lee Iacocca. A principios de los años sesenta, aquella década en que el mundo, con la banda sonora de los Beatles o de los Rollings (va por gustos) cambiaría modos y costumbres, Iacocca está al frente de Ford, empresa en la que ha entrado, como ingeniero, doce años antes.
Frente a otros colegas, él estaba convencido de que los niños del ‘baby boom’ de la posguerra, ahora jóvenes, eran una enorme y potencial clientela. Así que se puso a estudiar, mediante encuestas cuidadosamente preparadas, los gustos de aquellos futuros compradores, que necesariamente ya no coincidían con los de sus padres.
¿Qué querían? Un coche deportivo, tanto en imagen como en detalles (asientos tipo baquet, cambio manual con palanca en el suelo, no en el volante). Tenía que ser unas cuatro plazas, pues había que compartir los buenos momentos no solo en pareja. Y un precio accesible pues hay que pagarlo con el sueldo del primer trabajo…
Ya definido el cuaderno de condiciones (capó largo, techo bajo, maletero corto, unos 4,6 metros de largo y menos de 2.500 dólares…), Iacocca puso a trabajar sin descanso a todo su equipo. Siete proyectos se presentaron, y el de Joe Oros, David Ash y Gayle L. Halderman, del estudio Ford, es elegido por unanimidad. Para reducir costes, se recurre al chasis y suspensiones de los Falcon y Fairlane, y como punto de partida a los motores de seis cilindros del Falcon y al V8 ‘260’ del Fairlane.
Si bien ya en 1965 tres versiones del V8 ‘298 cubic inches’ serán propuestos, junto a unas cincuenta opciones. Iacocca quiere que la novedad sea un «do it yourself car», es decir, un coche que pueda configurar el cliente según sus gustos y recursos.
Se pensó en bautizar al nuevo modelo como Cougar, pero se optó por la imagen del pequeño caballo de los indios, el Mustang, galopando. El nombre de Cougar sería adoptado por Mercury, marca del grupo Ford.
Concesionarios desbordados
El 17 de abril de 1964 se presenta el coche en la Feria Mundial de Nueva York. Ford ha desplegado una espectacular operación. El día anterior, las tres cadenas más importantes de televisión del país han introducido en los hogares de millones de americanos la imagen del Mustang. Y el mismo día de la presentación, cerca de tres mil periódicos informan sobre la novedad.
El coche sale por 2.368 dólares, diez menos que un Volkswagen Escarabajo. Ford espera el éxito. Pero, en realidad, se encuentra con una avalancha: veintidós mil pedidos en la primera jornada, y los concesionarios se ven obligados a cerrar las puertas para evitar disturbios. Un año después se han vendido 418.000 Mustang y en 1966 se supera el millón.
La idea de Robert Leury
En el mes de octubre de 1965, Robert Leury, vicepresidente y manager del Empire State Building, está asombrado por el éxito del Ford Mustang. Leury es el máximo responsable del emblemático rascacielos situado en la intersección de la Quinta Avenida y West 34th Stree. Desde que se puso la primera piedra el 17 de marzo del año 1930, el Empire State Bulding es más que un edificio, es un símbolo. Y no solo por ser, en ese momento, el más alto del mundo (381 metros, sin contar la antena) liderazgo que mantendrá hasta que en 1971 la Torre Norte del World Trade Center le quitó este honor. La prestigiosa American Society of Civil Engineers (Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles) lo ha nombrado en 1955 como una de las siete maravillas del mundo moderno. Y ha sido escenario de numerosas películas: King Kong lo escaló en el legendario film de 1933. Y también de dramas reales: un bombardero B25 se estrelló, a causa de la niebla, contra la planta 79 (tiene 102) en 1945, muriendo catorce personas.
Pero el rascacielos también es, o debe ser al menos, un negocio. Hay que alquilar oficinas, pisos, hay que atraer visitantes, en definitiva, lograr su rentabilidad. Y esto, desde su construcción hasta casi finales de los años cincuenta, no ha sido posible. En 1961, Laurence A. Wien y su socio Harry B.Helmsley adquieren el emblemático rascacielos por 65 millones de dólares. Y emprenden una modernización del mismo, incluyendo la creación de una zona comercial. Se invierte mucho. Y se espera ganar mucho.
Robert Leury cita en su lujoso despacho Art Decó en el centro de Manhattan a William Benton, responsable de operaciones de marketing de Ford. Su idea es exponer un Mustang descapotable en el piso 86 del edificio neoyorkino, el observatorio abierto al público. Toda una atracción turística.
Para Leury era una forma más de potenciar la imagen e interés por el gigante neoyorkino. Y para Benton la oportunidad de una operación publicitaria de enorme impacto que serviría de espaldarazo no solo al Mustang sino a Ford como marca.
Cómo subir un coche al piso 86
Así, que, decidida la operación, Benton reúne a un grupo de ingenieros de la firma del óvalo para elaborar un plan de trabajo. El equipo se traslada desde Detroit hasta Nueva York para estudiar el tema. Se miden pasillos, escaleras, y ascensores (hay 73) del gigantesco edificio. En principio se había barajado la posibilidad de llevar el Mustang en un helicóptero, pero la forma del edificio, entre otros problemas, hicieron que pronto se desechara.
Finalmente se optó por utilizar los ascensores, pero el coche no cabía. Así que planificaron desmontarlo en tres grandes secciones, pero cortadas de tal forma que, al volver a montar, no se vieran los cortes.
A las diez y media de la noche del 20 de octubre de 1965, el equipo de Ford estaba al pie del edificio descargando el Mustang. Y se plantea el primer problema. La sección que incluía todo el frontal, encajaba al milímetro en el ascensor…, y por la puerta no entraba el ascensorista. Y es que, hasta un año después, el funcionamiento de los elevadores del edifico no sería automático. Así que. Como el control aún era manual, el ascensorista hubo de entrar antes que la sección del Mustang, y «adaptarse» entre esta y la pared.
En la terraza del piso 86, con un viento de más de 50 km/h, trabaja el equipo de Ford que deja montado el Mustang a las cuatro y media de la tarde, justo a tiempo para que un helicóptero pueda hacer las primeras fotografías del descapotable en la terraza.
En la primera jornada, más de catorce mil personas acudirán al Empire State Building para ver el Ford Mustang que permanecerá allí a lo largo de 1966. La idea de Leury y Benton funcionaba.
Celebración en 2015
En 2015, para celebrar el medio siglo del nacimiento del Mustang, Ford repetirá la operación, subiendo al mismo lugar otro Mustang convertible, en este caso amarillo y correspondiente a la sexta generación. Claro que, ahora, ya no solo el rascacielos neoyorkino era una leyenda, pues también el modelo de Ford se había ganado su puesto como uno de los iconos del automóvil. Así, si el Empire State es Nueva York, el Mustang es el ‘american way of life’ en estado puro.