Por Víctor Bautista
El Congreso seguirá siendo piedra de escándalos y -aunque no sé si le importa el estado de su imagen y reputación- es poco lo que puede evitar. ¿Qué hacer con la parte canalla que alberga en su seno, tan ruidosamente perversa que solapa las cosas buenas?
Se trata de entes -y esto es lo irónico- con derechos constitucionales, inmunidad y privilegios derivados de la condición de haber sido electos por los votantes, sin importar cómo lo consiguieron.
Tiene que ser doloroso, insufrible, frustrante que personas íntegras -en el Congreso las hay- respiren el mismo aire y compartan espacio con delincuentes, gente de baja ralea, alguna no solo maleada moralmente, sino también pedestre, inculta, sin educación, pero con mucho dinero.
Y ahí está la raíz del problema. Sus recursos sucios, mal habidos, motivan la competencia desigual dentro de los partidos para alzarse como candidatos y afuera tienen mucho qué repartir entre los ignorantes, por lo cual obtienen ganancia de causa sin mayores esfuerzos.
Desgraciadamente el mismo sistema político ha trabajado por siglos para que la educación pública no funcione, garantizando de esa manera una masa compacta de ciudadanos en permanente urgencia material, atrapada en sí misma, en su propia miseria.
De esa manera, estos desgraciados, se montan sobre la pobreza de la mayoría para comprar el voto, adquirir voluntades a tres por chele, en un mercado de baratijas, humillante, burlesco, aplastante de la dignidad de las personas.
Los partidos y sus aspirantes presidenciales ávidos de poder, centrados en que lo importante es ganar a cualquier precio, abren las puertas a los lumpens, los imponen y hasta se hacen acompañar de ellos en caravanas y reuniones.
Ni coincidencias ni inocentadas son las fotografías o los vídeos que presentan estas escenas, estos cuadros nauseabundos de complicidades: son vacas sagradas que pastan en el terreno de toda la estructura partidaria.
Que tengamos un presidente dispuesto a no interferir ni a condicionar la justicia es algo que merece apoyo masivo, pero tengo mis dudas respecto a la voluntad de tocar la misma partitura de las distintas instancias de poder en el Estado, los partidos y hasta en ciertos segmentos privados.