Los cajeros automáticos de la Unión Europea empezaron a distribuir, hace exactamente veinte años, los primeros billetes en euros, una divisa que, no sin dificultades, logró consolidarse y hoy forma parte de la vida cotidiana de 340 millones de ciudadanos comunitarios.

«Se trata de un verdadero éxito europeo, (…) una moneda fiable, dinámica y sólida», aseguró el sábado al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.



Imaginado en la década de los setenta como un instrumento de integración, que aspiraba a facilitar las transacciones comerciales y competir con el dólar, el euro entró en el comercio físico el 1 de enero de 2002, lo que obligó a los habitantes de los doce países inicialmente miembros de la Unión a abandonar su moneda nacional.

Los alemanes, por ejemplo, tuvieron que renunciar a su amado marco por una nueva moneda con una tasa de conversión simple (dos euros, un marco), pero otros, como los franceses, los españoles o los italianos debieron acostumbrarse a multiplicaciones más complejas.



Atrás quedaron también las figuras familiares que adornaban billetes de francos, liras o pesetas: inicialmente, la moneda común tenía en sus siete billetes arcos románicos o góticos o incluso elementos arquitectónicos modernos, que representan las diferentes épocas de la historia europea, si bien actualmente hay en marcha un proceso de «cambio de imagen».

Desde 2002, siete países europeos adicionales han adoptado el euro (Chipre, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Eslovaquia y Malta). Y Bulgaria, Croacia y Rumanía, miembros comunitarios, deberían unirse al club en los próximos años.

El cambio genera una mezcla de alegría y aprensión entre los habitantes de los nuevos países, que temen una subida de precios.

Este miedo coincide con el de la gran mayoría de la población de la eurozona, que tiene la impresión de haber perdido poder adquisitivo. Y ello pese a que las estadísticas muestran que, por el contrario, que la moneda común ha permitido estabilizar la inflación.

Algunos productos cotidianos y económicos, como el café de bar, subieron debido al redondeo al alza tras el cambio de moneda, pero otros productos más caros se mantuvieron estables de precio.

 

– Crisis de deuda –

El euro se ha convertido actualmente en la segunda divisa más segura, solo por detrás del dólar, y constituye el 20% de las reservas de divisas del mundo (en comparación con el 60% del dólar).

Tanto es así que líderes políticos como Marine Le Pen o Matteo Salvini, que durante un tiempo promovieron la salida del euro, han abandonado esa demanda.

Pero estas dos décadas no han sido un remanso de paz: menos de diez años después de su lanzamiento, el euro se vio muy afectado por el terremoto de una grave crisis financiera, con Grecia en el epicentro.

Los Estados miembros y las instituciones se dieron cuenta entonces de que «la arquitectura del euro no estaba originalmente diseñada para absorber el impacto sísmico de la crisis financiera mundial», recuerdan varios ministros de finanzas y miembros de la Comisión Europea en una tribuna el sábado.

Pero estos escollos y estas «primeras crisis han permitido al euro madurar y fortalecer su papel internacional», ofreciendo «lecciones valiosas que han resultado útiles durante la actual pandemia», aseguran.

«Como presidenta del Banco Central Europeo, les prometo que seguiremos trabajando duro para garantizar la estabilidad de los precios», prometió Christine Lagarde, con un fajo de billetes en la mano, en un vídeo difundido el sábado por el BCE.

Para continuar ampliando su influencia, el euro ahora sueña con hacer realidad sus ambiciones geopolíticas y asegurar su futuro en la arena digital.

«Un euro digital podría abrir nuevas perspectivas en términos de investigación e innovación», subrayó Charles Michel. «Una cosa es segura», dijo, «se necesitan inversiones masivas para garantizar el éxito de nuestra transición dual, ecológica y digital. Por eso es tan vital completar la unión bancaria y la unión de los mercados de capitales».