“Estaba en Dominicana para mi visita de costumbre”, el ex escucha de los Expos de Montreal, Fred Ferreira, le dijo a MLB.com. “Había como 20 jugadores, quizás 25. Y cuando llegamos a la entrada, aparece una motocicleta con un jugador en el asiento de atrás y el conductor me pregunta si podemos evaluar a otro más. Le respondí que sí y le pregunté cuál era su posición. Era un jardinero, y se llamaba Vladimir”.
Durante sus 16 temporadas en Grandes Ligas, Vladimir Guerrero fue una figura casi mítica.
El dominicano conectó 499 jonrones, fue reconocido como Jugador Más Valiosos y se robó casi 200 bases. Sus tiros eran casi poéticos.
Todo bateador quería emularlo. A los lanzadores les daba miedo lanzarle demasiado cerca (y lejos también). Al final, el oriundo de Nizao fue exaltado al Salón de la Fama.
Pero, ¿fue Guerrero siempre así de famoso?
No, no lo fue, y su prueba con los Expos a sus 18 años en 1993 lo demuestra.
Guerrero había asistido a otros campamentos de Grandes Ligas antes de casualmente pasar por las instalaciones de los Expos para ver a Ferreria.
Guerrero ya había alcanzado su máxima estatura, pero su cuerpo todavía estaba en desarrollo. El guardabosque jugaba béisbol desde que tenía cinco años, aunque no siempre con pelotas de verdad. Guerrero y sus amigos usaban limones o limas envueltos en medias, bates hecho de matas de guayaba y cartones de leche como guantes. Guerrero tenía “manos grandes”, algo que Ferreria destacó en su reporte.
“Por lo general, empezábamos por poner a nuestros jardineros a tirar a la tercera base y luego al plato y sus tiros fueron, bueno, excepcionales”, recuerda Ferreira. (Otros escuchas compararon el brazo de Guerrero con el del boricua Roberto Clemente). “De inmediato, me abrió los ojos. Uno busca ver vida en la bola y tenía ese salto en el cuadro interior. No rebotaba hacia la tercera base. En pleno vuelo, muy bueno.
“Nuestro siguiente paso era la carrera de 60 yardas”, dijo Ferreira. “Vladimir corrió – fue uno de los primeros tres o cuatros – y tuvo un tiempo de 6.6, que para mí fue excepcional. … Y tenía puestos dos zapatos diferentes”.
Ferreira le preguntó a Guerrero si tenía otro par de zapatos parecidos en casa, lo cual le provocó risa al quisqueyano.
“Sí, eran de dos colores distintos”, recuerda Ferreira. “Enseguida me fijé, pero no dije nada. Encima de un [zapato] tenía la mitad de una media. Quizás veas algunos de 6.8 o 6.9 pero el corrió un 6.6 y eso fue suficiente”.
Dos herramientas que no se pueden enseñar: Tirar y correr. Vladimir brilló en ambos sentidos, provocando que todo el mundo se preguntara, ¿Quién es este muchacho?
Ahora, era momento de batear.
Ferreira puso a Guerrero como primer bate para poderlo ver siete u ocho veces antes de regresar a Miami.
“Está bateando en la primera entrada, batea un rodado a las paradas cortas y está corriendo por la línea de la primera base cuando se le tensa un músculo”, recuerda Ferreira. “Fui a donde estaba y sabía que probablemente ya no iba a poder seguir ese da”.
Pero Ferreira, conocido como el “Tiburón del Caribe” por sus firmas de jugadores latinoamericanos de lujo como los boricuas José Vidro y Bernie Williams y el colombiano Orlando Cabrera, había visto todo lo que tenía que ver.
Ferreira le preguntó al adolescente si quería un contrato con los Expos de Montreal. Los ojos de Guerrero se iluminaron. Ferreira lo acompañó a casa de su madre y allí firmaron un contrato de US$10,000.
Guerrero de inmediato fue agregado al equipo de los Expos de la Liga de Verano Dominicana, y ahí fue que Ferreira vio que el joven jardinero también tenía potencial con el madero.
“Estaba ansioso por ver sus primeros juegos y ahí demostró ser élite”, dice Ferreira. “Mandaba la bola a todos lados. Conseguía un hit por donde fuera. Diez hits en tres juegos. Fue reconocido como el jugador del mes en seis meses consecutivos”.
Guerrero arrasó en ligas menores y, pese a todo el talento en bruto que había demostrado, nadie sabía quién era cuando salió a batear como emergente por los Expos en 1996. Fue como si se hubiese bajado nuevamente, sin previo aviso, de una motocicleta.
Los locutores de los Bravos no sabían qué estaba haciendo Guerrero en la caja de bateo. Se preguntaban, por enésima vez: ¿Quién es este muchacho?