Las largas y rizadas melenas de los reyes, las cabezas rasuradas de los sacerdotes o los mechones de los esclavos. El peinado era una seña de identidad social en la antigua Mesopotamia, donde la caída del cabello o la aparición de canas era un mal presagio, sobre todo en el caso de los gobernantes.
Por ello, tanto hombres como mujeres dedicaron un gran cuidado a sus peinados, que perfumaban y teñían para estar a la moda y en consonancia con su condición social.
El peinado y la civilización
El poema de Gilgamesh, datado entre el 2500 y el 2000 a. C., es la narración épica más antigua que conocemos hasta la fecha. Entre sus versos podemos leer la historia del héroe Gilgamesh, del cual se cuenta que:
“Lavó su melena, la ató con una cinta y se echó los bucles a la espalda”
Gilgamesh tuvo a Enkidu como rival, al que terminó aceptando como compañero de aventuras. Se trata de un ser salvaje, descrito de la siguiente manera:
“Todo su cuerpo estaba cubierto de pelo, tenía la cabeza llena de pelo como una mujer, sus cabellos se elevaban en abundancia como Ashnan. Comía hierba con las gacelas, y bebía en el abrevadero de los animales”.
Es decir, el aseo y cuidado estético, en concreto del cabello, son símbolos y evidencias de la civilización. Por el contrario, llevar un cabello descuidado es cosa de salvajes, seres bárbaros y peligrosos. Esta concepción estética está presente en el ser humano desde muy temprano, como podemos comprobar, y su carácter diferenciador ha permanecido (y permanece) presente a lo largo de la historia en todas las culturas. Desde las primeras civilizaciones del Próximo Oriente hasta la actualidad, el peinado es una seña de identidad, que distingue de los otros y enmarca como individuo dentro de un grupo social e incluso de un grupo cultural.
Las fuentes clásicas siempre se han preocupado de dejarnos clara la diferencia. Griegos y romanos eran aseados y gustaban de salir maqueados de sus termas. No como los bárbaros que vivían más allá de las fronteras, hablaban raro, eran unos guarros e iban por ahí vestidos con pieles y apestando a bestia. Sabemos que esto es mentira. Aníbal, Atila, Alarico o más tarde los vikingos y otros pueblos invasores de la Edad Media, cuidaban su estética tanto como cualquier romano o griego. Pues los peinados y la moda, antes y ahora, son un elemento más de las sociedades. De hecho, entre los objetos más antiguos que suelen encontrar los arqueólogos están los peines.
Melenas y barbas rizadas
En cuanto al peinado de la antigua Mesopotamia, los diversos estilos respondían a la diferenciación social entre reyes, sacerdotes, guerreros, esclavos e incluso marcaba la condición social de la mujer. Tenemos la dificultad de contar con pocas fuentes y parciales. Nos basamos en el estudio del arte: relieves, estatuas y pinturas en las que se pueden analizar los distintos peinados. Este método no está exento de errores de interpretación, puesto que el arte suele idealizar las representaciones. Sin embargo, nos sirve para comprender el concepto buscado en el arte como reflejo de la realidad. Además, hay que advertir ese carácter parcial, pues el arte representa mayormente a la élite y a hombres.
Desde el VI milenio a. C. tenemos obras de arte con hombres y mujeres mostrando peinados muy cuidados. Pero entre los historiadores existe el consenso de datar el inicio de las primeras civilizaciones hacia el 3000 a. C. Precisamente del 3100 a. C. tenemos a la Dama de Warka o Dama de Uruk, en la que podemos ver representado uno de los primeros peinados del arte sumerio. Es posible que se trate de la diosa Inanna y muestra un peinado con marcadas líneas de cabello que acaba en ondulaciones extendidas hacia ambos lados de la cara. Parece que tuviera una marcada raya en medio, pero se trata de una incisión en la que se incrustaría una tiara o corona que la distinguiría como ser divino.
Del período de Uruk (3700 – 2900 a. C.) ya tenemos representaciones del rey-sacerdote con el estilo que más predominó en la realeza de Mesopotamia: larga cabellera recogida en la frente con el pelo ondulado cayendo hasta los hombros y una espesa barba. En un principio la llevaban sin bigote, pero a partir del 3000 a. C. será habitual que la barba incluya bigote.
Es posible que cada función tuviese un peinado concreto y así se mostrase en el arte. Es decir, los sacerdotes solían estar rapados y afeitados, tocados por un birrete. Aquellos gobernantes más cercanos a la clase sacerdotal se hacían representar de esta guisa. O como las esculturas en posición orante de Mari, que tienen barba poblada pero la cabeza rasurada.
En cambio, podemos observar un corte de cabello propio de los guerreros. Tanto el casco de oro de Meskalamdug, del 2600 a. C., como la famosa máscara de bronce de Sargón, del 2250 a. C., tienen un peinado muy parecido: el pelo rizado se estira hacia los lados con una raya en medio. Una gruesa trenza rodea la cabeza a la altura de la frente, por debajo, una cinta sirve para sujetar el cabello, aunque algunos mechones ondulados cuelgan bajo esta banda. El resto de la abundante cabellera se recoge en un moño atado detrás de la cabeza.
Peinados según la condición social
Los esclavos tenían varias marcas que lo reconocían como tal. Entre ellas estaba el peinado. El trasquilador era el encargado de rasurar la parte delantera de la cabeza de los esclavos, que quedaban con mechones como peinado característico de su condición:
“El rapado despojaba a la persona de todo corte de cabello distintivo y, con él, de su individualidad, hundiéndolo en el anonimato”.
Tan importante era esta diferenciación social que el Código de Hammurabi contiene un severo castigo para el barbero que cortara de forma ilegal el mechón o trenza de los esclavos. Igualmente castigado sería aquella persona que, conociendo la situación de una mujer que llevase velo indebidamente, no la denunciase.
Las mujeres casadas, viudas, menores de edad y sacerdotisas estaban obligadas a cubrir su cabello con un velo. Una distinción social frente a aquellas que exhibían su pelo como las prostitutas, las esclavas y las concubinas que no estuviesen casadas con su señor.
Referencias:
Masó, F. 2012. Rizos, melenas y barbas, el peinado en Mesopotamia. Historia National Geographic 98, 22-25.
Klíma, J. 2013. Sociedad y cultura en la antigua Mesopotamia. Akal.