Con un contrato indefinido como albañil, Hugo Ramírez nunca pensó que un día tendría que pedir ayuda para comer. Pero la inflación récord empujó a este venezolano residente en Madrid a dar el paso para poder llegar a final de mes.

«Cada semana notamos que los precios subieron, incluso para la cesta básica… Ya no nos alcanza», lamenta este padre de familia de 44 años frente a los cajones de frutas y verduras colocados en los bajos de un gran edificio de ladrillos en el sur de Madrid. 



Todos los sábados, este obrero de la construcción nacido en Venezuela acude a recoger alimentos en esta asociación creada durante la pandemia en el popular barrio de Aluche para ayudar a los vecinos con dificultades. 

«Gano sobre los 1.200 euros al mes [1.230 dólares] y mi esposa 600 euros» por un trabajo a media jornada cuidando a personas mayores. «Pero tenemos tres hijos» y «con el alquiler a 800 euros más los gastos de la casa, que son como 300 euros (…), si sacamos cuentas no es suficiente», explica Hugo Ramírez.



Miles de personas hacen fila todos los fines de semana en varios puntos de la capital española para conseguir comida. Un fenómeno conocido como «colas del hambre», amplificado en los últimos meses por la escalada de la inflación.

 

– Salarios insuficientes –

 

«Cada semana nos vienen nuevas familias necesitadas a inscribirse, sobre todo desde la guerra de Ucrania», que agravó el alza de precios, explica a la AFP Raúl Calzado, voluntario de la Red de Apoyo Mutuo de Aluche (Rama).

La asociación -que distribuye siete toneladas de comida por semana, gracias especialmente al Banco de Alimentos- ayuda actualmente a 350 hogares. Pero al ritmo en el que van las cosas, «serán 400 a finales del año», pronostica Calzado.

Detrás de él, una decena de voluntarios no para de trabajar en este local lleno de cajas de pasta, conservas y pañales para bebé. Mientras, otros se ocupan de las familias que esperan afuera, muchos de ellos inmigrantes.

«Algunos beneficiarios no tienen nada de recurso. Pero tenemos también cada vez más pensionistas con pensiones mínimas, y gente que trabaja pero que no les llega con su salario» ante la «inflación desorbitada», indica Elena Bermejo, vicepresidenta de la asociación.

Según el Instituto Nacional de Estadística, el precio de los alimentos subió un 15,4% anual en octubre, la peor cifra desde hace casi 30 años. El del azúcar, por ejemplo, se disparó un 42,8% y el de las verduras 25,7%.

Para tratar de frenar esta dinámica, el gobierno de izquierdas español multiplicó estos últimos meses las ayudas, especialmente a los transportes y la energía. Pero las asociaciones las consideran insuficientes.

«Hay personas que hasta no pueden afrontar el pago de un litro de aceite de oliva o de un kilo de lentejas», insiste Elena Bermejo.

 

– Menos donaciones –

 

Para las asociaciones, la situación es igualmente difícil. «Con la inflación hemos notado un descenso en las donaciones» porque «la gente tiene menos dinero», subraya Luis Miguel Rupérez, portavoz de la Federación Española de Bancos de Alimentos.

Una perspectiva que inquieta a esta organización que ayuda a más de 186.000 personas solo en la región de Madrid, y a 1,35 millones en toda España, lo que equivale a prácticamente toda la población de Barcelona.

Desde enero, la Federación recogió 125.000 toneladas de comida, frente a las 131.000 del mismo periodo del año pasado. «El problema es que con la subida de los precios, podemos comprar menos alimentos», explica Rupérez.

Según un estudio publicado a comienzos de año por la Universidad de Barcelona, uno de cada siete hogares españoles padece «inseguridad alimentaria», por falta de acceso a productos sanos y nutritivos.

Y, en este país salpicado por una precariedad crónica, las perspectivas no son muy optimistas.

«La precariedad va creciendo», describe Raúl Calzado, que señala que hay «madres solteras que dejan de comprarse productos de higiene femenina para poder darles de comer a sus hijos».

«Espero que la situación se alivie», pero «temo que no sea el caso», admite Hugo Ramírez, con su bolsa de alimentos en la mano. «Todo es caro, caro, caro…», añade temiendo que la situación se parezca cada vez más a la de su Venezuela natal, azotada desde hace una década por una inflación desbocada.