Por mucho que se les reconozca su función de reciclar la materia orgánica en descomposición, las moscas no dejan de ser unos insectos molestos y sucios.
Y así queda reflejado en el extenso catálogo de dichos, refranes y frases hechas, que cuenta con un buen puñado de expresiones dedicadas a este díptero: ser una mosca cojonera (ser una persona molesta); estar mosqueado (sentir desconfianza, estar enfadado); en boca cerrada no entran moscas (calladito estás más guapo); qué mosca te ha picado (¿qué te ocurre?); como moscas a la miel (acudir a alguien o a algo para sacar provecho)… Hoy nos fijamos en el significado y origen de la locución «mosquita muerta» o, mejor dicho, ser o hacerse la mosquita muerta.
Si empezamos por abrir el diccionario digital de la Real Academia Española (RAE) y buscamos el término mosquita, encontraremos como primera acepción un pájaro autóctono de Cerdeña (Italia), que nada tiene que ver con la frase en cuestión. Justo a continuación, aparece ya la locución de uso coloquial «mosquita muerta», pero lo hace con un enlace a «mosca muerta» para dejar claro que hace referencia a la familia de los múscidos (mosca común), no al ave italiana o a los mosquitos hembra. Y los académicos definen mosca muerta, como «persona, al parecer, de ánimo o genio apagado, pero que no pierde la ocasión de su provecho».
Así pues, una mosquita muerta se usa para describir un estereotipo negativo. El uso del diminutivo ya deja claro la connotación despectiva.
Si una mosca es un ser débil, inofensivo y frágil, una mosca pequeña aún lo es más. Y ya ni hablamos si además el diminuto insecto volador está criando malvas. Porque, ¿quién va a sospechar de una insignificante mosca sin vida?
Sin embargo, una persona que es una mosquita muerta sólo tiene apariencia de inocente. Tras esa imagen falsa de poca cosa se esconde alguien capaz de urdir planes maquiavélicos a su favor, de sacar provecho de una situación sin llamar nunca la atención, a la chita callando.
Aunque tradicionalmente se ha empleado más para señalarlas a ellas, a veces con la coletilla «esas son las peores», lo cierto es que cualquiera puede ser una mosquita muerta, hombre o mujer. Cuidado con Juanito, que es una mosquita muerta.
Encontramos a grandes autores que han plasmado dicha expresión en sus obras. Como Benito Pérez Galdós, quien ya empleó el estereotipo en la novela Doña Perfecta (1876): «Él es así -añadió la señora-. Siempre haciéndose la mosquita muerta… Y sabe más que los cuatro doctores» (capítulo VII). El escritor canario volvió a hacer uso del concepto una década más tarde en Fortunata y Jacinta (1887): «Y miren la otra, la mosquita muerta, con su cara de Niño Jesús y su fama de virtud» (capítulo XII).
En la misma época que Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán también recogió la locución en la novela Los pazos de Ulloa (1886): «-¿Y qué dice esa mosquita muerta de Nucha, vamos a ver?» (capítulo XI).
El origen de mosquita muerta se pierde en el tiempo. De acuerdo con el Inventario general de insultos, de Pancracio Celdrán Gomáriz, la expresión es un calificativo con solera en la tradición hispánica.
En su obra publicada en 1995, el doctor murciano apunta al siglo XVI como una de las primeras fechas en la que aparece recogida la expresión: «Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, (1599), escribe: ‘¿…Sois vos el que me alababan; la mosca muerta, el que hacía del fiel, del que yo fiaba mi hacienda…?'». También cita al genial Francisco de Quevedo, que en una de sus poemas plasmó: «Andaba de mosca muerta, aturdido de facciones, con sotanilla y manteo, el carduzador Onofre».
Celdrán Gomáriz apunta otra característica de la mosquita muerta, la hipocresía que finge hasta el final, «siendo descubierto cuando ya es tarde para su víctima». | Elmundo.es