Máximo Aviles Blonda. Honrado con una calle en el sector Julieta, la sala principal del Palacio de Bellas Artes y uno de los edificios de la UASD
Nació en Santo Domingo el 16 de mayo de 1931.
Fue el intermediario entre sus compañeros de estudios e inquietudes y María Ugarte, cuando ésta da inicio a su fructífera idea de crear en El Caribe, periódico que recién iniciaba sus labores, una sección de colaboraciones escolares para estimular el talento en agraz de estos jóvenes de aquellos años.
Doña María, con una certera intuición pretende aprovechar a un estudiantado que se vuelca, desde todas las partes del país, en las aulas prestigiosas de la Escuela Normal Presidente Trujillo (hoy Liceo Juan Pablo Duarte), y que pululaba alrededor de nuestras figuras mayores, algunas de ellas profesores de esta Escuela Normal.
Su labor no sólo se limitó a la publicación de textos, sino que contribuyó con orientaciones en cuanto a lecturas y acopio de originales, en los que Blonda participaba activamente, siendo precisamente él quien inicia la Sección con su soneto «Si de limpio jazmín estás formada». Las influencias que demuestra este soneto provienen de la moderna poesía española: Alberti, Lorca, Miguel Hernández, y en especial de los que representaban en España la revalorización del gongorismo.
Paralelamente a sus actividades poéticas se manifiesta en Blonda su amor por el teatro. Recibe clases de actuación con Emilio Aparicio, director del recién creado Teatro Escuela de Arte Nacional, graduándose en 1949. Al año siguiente debuta como actor en las obras Canción de cuna y Rosina es frágil. Ingresa después como actor de carácter en la citada agrupación teatral que ya está dirigida, tras la sentida muerte de Aparicio, por Modesto Higueras Cátedra.
Por extraña coincidencia el grupo de compañeros que estudiaba en la Normal de Varones y que se inicia conjuntamente en las letras, continúa unido en la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo. Entonces Fabio Herrera Roa propicia en la revista Alma Máter una selección de los poemas de esta promoción.
Aquí bautiza Avilés Blonda por primera vez a este grupo como Generación del 48. Ese año acontece para ellos un hecho importante: llegan al país los poetas españoles Leopoldo Panero, Luis Rosales y Agustín de Foxá. El primero se interesa por la labor de estos jóvenes, y los considera «uno de los brotes poéticos más prometedores con que cuenta la poesía general de habla española».
Con tal juicio estimulante el grupo adquiere conciencia de sus valores, y decide por primera vez, realizar actividades colectivas creando un órgano de difusión para sus obras inéditas. Nace de esta manera la colección «El Silbo Vulnerado», donde Blonda se integra a Trío con un manojo de sonetos titulado «Aura de soledad». Su próxima publicación será la obra de teatro Las manos vacías, publicada en la «Colección Arquero» que dirige Antonio Fernández Spencer, a quien precisamente el grupo había combatido. Pero hay que esperar a 1962 para que aparezca la obra poética fundamental de Máximo Avilés Blonda: Centro del mundo.
El poeta ha explicado la forma en que se puede hacer un canto o una serie de cantos retratando la historia desde el alma; una historia de hechos interiores que se han grabado allí a causa de la resonancia espiritual que encierran.
Apegado a la gran tradición de los cronistas, reavivada en nuestros tiempos por Archibald Mac-Leish en su Conquistador (1932), y por Saint-John Perse, en Anabase (1924), Blonda se sirve de la historia para trazar el balance trágico de nuestro destino.
La experiencia se encuentra repetida, aunque no de manera tan unitaria ni cabal, en los Cantos a Helena donde, sin embargo, el poeta se proyecta hacia otras vivencias históricas y míticas. Esta vez la historia griega, en alucinante paralelismo con nuestra realidad, se convierte en soporte ideal de sus versos.
Como los demás poetas de su promoción, él se ve impelido a una poesía de testimonio de los hechos inmediatos que le ha tocado vivir. Máximo Avilés Blonda fue, a pesar de su temática civil, un poeta vinculado al ritual mágico de nuestro pueblo, plasmado con más propiedad que cuando aborda el tema de protesta social. Héctor Incháustegui Cabral pone de manifiesto la religiosidad de este poeta al estudiar su poema «San Juan Bautista».
Dice, con frase no exenta de cordial humorismo que, «Avilés, cuyas aficiones religiosas rayan en manía, juega en el poema -es juego, desde luego, perfectamente serio- con palabras y calificaciones de cuantos teologizan por deber o por gusto…» Su labor en el teatro abarca desde la formación de grupos experimentales hasta la dirección del Teatro Universitario.
Escribió y estrenó con éxito las siguiente obras teatrales: Las manos vacías, La otra estrella en el cielo, Yo Bertolt Brecht, y Pirámide 179, las tres primeras montadas por el Teatro de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue Director General de Bellas Artes (1962-1966), Director de Extensión Cultural y Acción Social de la UASD (1971-1972), y profesor del Departamento de Letras de dicha universidad.
El 7 de diciembre de 1987 fue condecorado por el gobierno dominicano con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella en el grado de Gran Cruz Placa de Plata.
Falleció en Santo Domingo el 19 de enero de 1988, a los 56 años de edad.
Texto: elcaribe