La increíble historia de Vaughn Smith, un norteamericano (que reside en Washington) de 48 años. Vaughn habla unos 50 idiomas (24 de ellos de manera fluida). Entre ellos, el catalán, lengua con la que conversaba con Bundó.
Pero eso no es lo único sorprendente de este hombre. A pesar de contar con este talento, trabaja limpiando alfombras. Entiéndanme, esta ocupación es tan digna como otra cualquiera, pero me entristeció saber que Vaughn desearía estar trabajando en alguna profesión relacionada con su don. Por cierto, quiere llegar a hablar 100 lenguas.
Explica que puede tardar un mes en aprender una nueva. “Si leo media hora cada día en esa lengua por la mañana y al volver del trabajo hago una hora más, en un mes la puedo hablar”, relata a La Vanguardia.
Habla 24 lenguas de manera fluida
Detalla Josep Fita en La Vanguardia, que habla fluido búlgaro, checo, eslovaco, español, inglés, portugués, rumano y ruso; a nivel conversacional (puede tener charlas profundas sobre una amplia gama de temas): croata, finlandés, italiano, letón, náhuatl (lengua uto-azteca) y serbio; en grado intermedio (capaz de mantener conversaciones sencillas sobre muchos temas aunque puede requerir de más pausas): alemán, catalán, francés, gaélico irlandés, neerlandés, húngaro, noruego, polaco y la lengua de signos americana; y tiene nociones básicas (puede hablar y comprender una amplia variedad de frases sobre temas básicos como la vida diaria o los viajes) de árabe clásico, chino, estonio, georgiano, griego, hebreo, japonés, navajo, sueco y un largo etcétera.
De padre estadounidense y madre mexicana, se interesó por el náhuatl -una lengua en peligro de extinción- porque sus primos lejanos lo hablan. Lo aprendió a los 20 años.
Más allá del náhuatl, le interesan otros idiomas al borde de la desaparición. Sin ir más lejos, el salish, una lengua indígena del estado de Montana (EE.UU.) que solo hablan 70 personas en el mundo de manera fluida. Hay unas 400 personas que la están estudiando en la actualidad, y una de ellas es Vaughn.
Relata que uno de los idiomas que más le ha costado aprender es el finlandés. “Es muy difícil. No tiene nada en común con las otras lenguas europeas. Es el japonés europeo. La gramática es muy complicada”. En el otro lado de la balanza están el italiano y el noruego. “Este último tiene una gramática sencilla. En un mes ya lo hablaba”.
También se defiende en catalán, que aprendió carteándose hace 20 años con una mujer de Palma de Mallorca. “Recuerdo que usé un diccionario en catalán y un libro de gramática para escribir una carta en este idioma y enviársela para presentarme. Dos semanas más tarde me emocionó recibir una carta suya de respuesta”. Su comunicación epistolar se alargó un par o tres de años.
Los idiomas que habla los ha aprendido de forma autodidacta
Y es que así aprende él, de manera autodidacta. Afirma que de joven, cuando quería aprender un nuevo idioma, iba a la biblioteca y buscaba libros sobre gramática, con sus casetes o CD. “Ahora es muy fácil encontrar apps con el móvil”, defiende. Justo se acaba de bajar una de cheroqui, idioma que está estudiando porque su padre, antes de morir, le dijo que por sus venas corría sangre de este pueblo amerindio.
Pero, ¿de dónde le viene esa fascinación por los idiomas? Y lo más importante: ¿con qué capacidades cuenta que le permiten tener ese talento? Fue a los siete años cuando se empezó a interesar por las lenguas. Tras el español y el inglés (sus lenguas maternas) vino el francés. Explica que su madre lo hablaba. Luego vendría el alemán.
Aunque Vaughn no lo verbaliza tal cual, quien les habla intuye que se refugió en los idiomas de pequeño como una vía para poder socializar. Manifiesta que cuando cursaba primaria no conectaba con los otros alumnos. “Hablaban de cosas que yo no entendía. Además, lo que decían, yo lo tomaba de manera literal. Ellos se daban cuenta y me evitaban”. A pesar de no estar diagnosticado, podría tener algún grado de autismo. “Tengo conocidos que trabajan con personas autistas y ven en mi algunos rasgos”, confiesa.
En secundaria, el panorama cambió. Empezó a estudiar en un centro de Washington muy próximo a las embajadas, de ahí que muchos niños de distintas nacionalidades compartieran escuela con él. Conoció a un amigo de Hungría que le enseñó húngaro; también “muchos rusos” de los que aprendió esta lengua. “Practicaba muchos idiomas y los escribía en mi cuaderno. Era muy popular”.
No es el trabajo de mi vida, pero hay que ganarse el pan de alguna manera”
Justo al acabar la secundaria, tuvo que ponerse a trabajar con su padre, y eso le impidió seguir estudiando. Más tarde, y gracias a sus habilidades, consiguió un empleo como intérprete en la Central and Eastern European Art Fondation, con sede en Washington. Allí traducía checo, eslovaco, inglés y ruso. Pero tras 17 años, tiempo en el que se ganó “bien la vida” y disfrutó de su trabajo, se quedó sin empleo: la fundación trasladó su sede a Praga.
Nunca más ha vuelto a trabajar en algo relacionado con su talento, y eso que lo ha intentado. Su ocupación, desde entonces, se ha centrado básicamente en la limpieza de alfombras. “No es el trabajo de mi vida. Hace 12 años que lo hago. Pero hay que ganarse el pan de alguna manera”, arguye.
Hace algo más de dos años, pensó que su suerte podía cambiar. Fue el protagonista de un reportaje en el Washington Post. A raíz del artículo, en el que se explicaba su inmensa facilidad para hablar idiomas, empezó a recibir ofertas de trabajo. “No obstante, cuando les contestaba enviándoles mi currículum, no me contactaban más. Creo que quizás tenga que ver con el hecho de que no tengo una carrera universitaria”.
Gracias al reportaje en el The Post, pudo conocer a Saima Malik, nacida en Girona e investigadora en neurociencia del MIT y de la universidad de Harvard. Malik estaba llevando a cabo un estudio sobre personas políglotas (que hablan cinco o más idiomas) y se interesó por el caso de Vaughn. “Él entra en el grupo de hiperpolíglotas”, explica a este diario.
Los políglotas, cuenta, “usan muy eficientemente las áreas de procesamiento del lenguaje, utilizando muchos menos recursos neuronales y oxígeno que el resto”. Admite que antes de iniciar la investigación esperaba obtener el efecto contrario. “Lo que se ha visto en personas bilingües cuando hablan su segundo idioma es que usan más recursos dentro de estas áreas del procesamiento del lenguaje, de ahí que pensáramos que quizás había un efecto acumulativo: cuántos más idiomas hablas, más usas esas áreas. Pero no es así”. Para explicarlo, utiliza la metáfora de un músculo, que cuanto más lo ejercitas más eficiente se vuelve. “Lo mismo ocurre con estas áreas del lenguaje”.
Afirma que Vaughn es una de las personas, de las que ha estudiado, que más idiomas habla. “Quizás hay otras dos que se acercarían a su nivel”. Dice que los hiperpolíglotas que ha conocido comparten un rasgo común: aman las lenguas porque les permite comunicarse con muchas más personas. “Cabe tener en cuenta que las áreas del cerebro que procesan cuestiones más sociales están al lado de las del lenguaje y trabajan mucho más conjuntamente de lo que lo hacen las áreas del lenguaje con otras de procesamiento cognitivo. Es decir, ese vínculo social con el lenguaje incluso se ve en el cerebro”.
Vaughn no quiere detenerse en esos alrededor de 50 idiomas que es capaz de hablar. Quiere alcanzar los 100. “Es un reto que me he propuesto”, subraya. No tenemos ninguna duda de que lo conseguirá.