Cuando hablamos de la idiosincrasia del dominicano, estamos entrando en un mundo donde la alegría es el ingrediente principal y el sazón se siente en el aire.
Si alguna vez has tenido la fortuna de visitar la República Dominicana, seguro que te habrás dado cuenta de que sus habitantes tienen un arte particular para vivir la vida, como si cada día fuera una fiesta nacional.
Primero, hablemos del famoso «¡Ahorita!». En la mayoría de los países, esto significa “en un ratito”, pero en Dominicana es un concepto elástico. Puede significar cualquier cosa desde “en cinco minutos” hasta “mañana, si acaso”. Es un juego de paciencia y esperanza que solo los dominicanos saben jugar con una sonrisa deslumbrante.
Y qué decir del merengue y la bachata, no son solo géneros musicales, sino el latido del corazón dominicano. No importa dónde estés, en una colmado, una playa o en la mismísima sala de espera del médico, si suena una canción de Juan Luis Guerra, verás a alguien moviendo los pies y las caderas, como si estuvieran hechos de gelatina. Bailar es la terapia nacional y nadie se resiste a una buena bachata.
El dominicano tiene una relación única con el tiempo. El concepto de «tiempo» es relativo, muy relativo. Si invitas a un dominicano a una fiesta a las 7:00 PM, no te sorprendas si llega a las 10:00 PM, justo cuando la fiesta está en su punto. Y es que, como dicen, “los últimos serán los primeros”… en comerse el mejor pedazo de pastel.
¿Y la comida? Ah, la comida. El dominicano tiene un amor incondicional por el plátano en todas sus formas: frito, hervido, majado, en puré, y hasta en postres. El sancocho, ese caldo milagroso, es capaz de resucitar a los muertos y curar cualquier mal de amores. El mangú con los tres golpes (queso frito, huevo y salami) es el desayuno de los campeones y la mejor manera de empezar el día con energía y alegría.
La guagua, ese transporte público que desafía todas las leyes de la física con su capacidad de cargar gente, es una experiencia religiosa.
No importa cuántas personas ya estén apretujadas adentro, siempre hay espacio para uno más. Subirse a una guagua es un ejercicio de fe y flexibilidad, y una oportunidad de hacer amigos nuevos, porque la cercanía es inevitable.
El dominicano es un experto en resolver problemas con ingenio y creatividad. ¿Que se fue la luz? No hay problema, se saca el inversor o se hace un coro en la calle. ¿Que no hay agua? No pasa nada, se llena el tinaco y se organiza una tertulia en el patio. Porque para el dominicano, cada inconveniente es una oportunidad para compartir y reír.
Así es la idiosincrasia del dominicano: un sancocho de alegría, resiliencia y un toque de magia tropical. Si alguna vez tienes la suerte de conocer a un dominicano, prepárate para reír, bailar y aprender el arte de vivir la vida con el corazón lleno y los pies moviéndose al ritmo del merengue. | Foto de portada: @amaurysvp