En los pasillos silenciosos de las prisiones de máxima seguridad en Estados Unidos, las horas finales de algunos de los asesinos en serie más infames se viven con un peso de expectación casi irreal.
Cada ejecución no solo pone fin a un proceso judicial, sino que también marca el cierre de capítulos oscuros en la historia criminal del país.
A medida que los condenados avanzan hacia su sentencia final, sus últimas palabras suelen quedar registradas como un testimonio de sus pensamientos finales, un destello de arrepentimiento, una fría aceptación o, en algunos casos, un desafío directo a la sociedad que los juzgó.
Los detalles de estos momentos finales atraen a millones de personas, que ven en estos instantes una última oportunidad para entender la mente de los criminales más temidos y notorios del siglo XX.
Clarence Ray Allen y el ritual guerrero en su despedida
Clarence Ray Allen, condenado en California, cumplía una sentencia de cadena perpetua por el asesinato de la novia de su hijo en 1974, cuando intentó asegurar su libertad ordenando el asesinato de testigos que habían declarado en su contra.
En 2006, a los 76 años, fue ejecutado por inyección letal después de una larga estancia en prisión. Allen, consciente de su destino, eligió una despedida que evocaba el estilo de los guerreros indígenas: “Hoka, hey, es un buen día para morir”, dijo, una frase atribuida a los lakota, un grupo indígena del norte de Estados Unidos.
La crudeza y solemnidad de sus palabras resonaron con la expectación y el misticismo en el corredor de la muerte, dejando a las autoridades y al público con la imagen de un hombre que veía en su ejecución un acto inevitable.
John Wayne Gacy, la despedida cínica del payaso asesino
John Wayne Gacy, uno de los asesinos en serie más prolíficos y aterradores de Estados Unidos, fue sentenciado por la violación y asesinato de al menos 33 adolescentes y hombres jóvenes en Chicago entre 1972 y 1978.
Conocido por disfrazarse de payaso y presentarse como una figura amistosa en eventos comunitarios, Gacy logró atraer y agredir a sus víctimas en su propia casa, donde enterró sus cuerpos en el sótano. Fue ejecutado en 1994 y, en lugar de expresar remordimiento o despedirse de su familia, optó por la frase: “Bésame el culo”. Gacy parecía consciente del impacto que su despedida tendría en quienes esperaban su ejecución, y su frase final fue vista como una expresión del desprecio que mantuvo hasta el final.
Aileen Wuornos y su referencia a la ciencia ficción
Aileen Wuornos, una trabajadora sexual condenada por el asesinato de seis hombres en Florida entre 1989 y 1990, defendió hasta el final que sus crímenes fueron en defensa propia.
Sin embargo, fue encontrada culpable y sentenciada a muerte en 2002.
Antes de recibir la inyección letal, Wuornos se refirió a la película Día de la Independencia, diciendo: “Volveré, como en el Día de la Independencia, con Jesús, el 6 de junio, como en la película, con la gran nave nodriza y todo”. La frase ha sido interpretada como una mezcla de desafío y delirio, sugiriendo la posible presencia de trastornos mentales, aspecto que su defensa mencionó durante su juicio.
Ted Bundy, una despedida familiar
Ted Bundy, acusado de al menos 30 asesinatos en siete estados entre 1974 y 1978, se destacó por su inteligencia y apariencia carismática, factores que le permitieron evadir a las autoridades en varias ocasiones y escapar de la prisión dos veces.
Sus últimos momentos, antes de ser ejecutado en la silla eléctrica en 1989, fueron tranquilos. “Dale mi amor a mi familia y amigos”, fue lo último que dijo, en una declaración que contrastaba con la brutalidad de sus crímenes y que dejó perplejos a quienes esperaban una confesión de arrepentimiento. La frase final de Bundy añadió otro matiz de misterio a su perfil, ampliamente analizado en estudios criminológicos.
Timothy McVeigh y su declaración poética
Timothy McVeigh, responsable del atentado de Oklahoma City en 1995, dejó una última declaración que no fue verbal. McVeigh, condenado por un atentado que dejó 168 muertos y más de 600 heridos, eligió como despedida el poema Invictus de William Ernest Henley.
Las palabras del poema, enviadas en una copia manuscrita, decían: “Soy el capitán de mi alma”, una declaración de desafío y control que resonó con la imagen que McVeigh había construido de sí mismo como un ideólogo que se negaba a aceptar remordimiento alguno. El mensaje escrito fue considerado como una prueba más de su falta de empatía hacia las víctimas del ataque.
Robert Alton Harris y la inevitabilidad de la muerte
Robert Alton Harris, ejecutado en 1992 en la cámara de gas de San Quintín, fue condenado por el secuestro y asesinato de dos adolescentes a quienes robó su automóvil.
Al momento de su ejecución, Harris citó un dicho popular: “Puedes ser rey o barrendero, pero todo el mundo baila con la Parca”. Sus palabras finales expresaron una visión fatalista y resignada hacia la muerte, aceptando la misma condena que había impuesto a sus víctimas.
La frase marcó un punto final para el caso de Harris y ha sido recordada por su forma de universalizar la experiencia de la ejecución.