El reciente decreto firmado por Vladimir Putin, que autoriza el uso de armas nucleares incluso contra Estados no nucleares, representa un giro alarmante en la estrategia de disuasión rusa. Aunque el Kremlin lo presenta como una respuesta defensiva, los detalles revelan un mensaje claro hacia Occidente: Rusia está dispuesta a intensificar el conflicto si se siente acorralada.
Este anuncio coincide estratégicamente con el día 1,000 de la invasión a Ucrania y el reciente aval de Estados Unidos al uso de misiles de largo alcance por parte de Kiev. En este contexto, Putin busca consolidar una posición de fuerza, pero a la vez alimenta la inestabilidad global.
La doctrina ampliada subraya un cambio significativo: ahora Rusia podría recurrir al uso nuclear frente a ataques con drones, misiles hipersónicos o incluso coaliciones militares aliadas de Estados Unidos o la OTAN. Este enfoque deja en evidencia el dilema ético y estratégico que enfrentan las potencias: ¿cómo responder sin agravar una situación que amenaza con cruzar los límites de lo imaginable?
El uso de armas nucleares sigue siendo, según Rusia, una «medida extrema y forzosa». Sin embargo, cuando un líder como Putin justifica su potencial empleo con términos ambiguos, el mundo debe prestar atención. Este decreto no es solo un gesto de disuasión, es una advertencia que podría redefinir las reglas del conflicto armado internacional.
Occidente, liderado por Estados Unidos y la OTAN, debe equilibrar sus acciones entre el apoyo a Ucrania y la prevención de una escalada nuclear. Mientras tanto, el informe de la OPCW sobre el uso de agentes químicos en Ucrania agrega un nivel más de gravedad al conflicto, evidenciando el desprecio de Rusia por las normas internacionales.
En este delicado tablero, el reto no solo es mantener la paz, sino también garantizar que el costo de la agresión no recaiga en la humanidad entera. Putin ha movido su ficha, ahora el mundo deberá responder con firmeza y cautela.
Por Ariel Lara, comunicador y analista político internacional