Llega la Navidad y propicia, contrariando la tendencia social general, una mirada hacia mi interior.
Heme aquí, Señor, suma de mis virtudes, mis dones, mis merecimientos, mis deficiencias, debilidades, pequeñas o grandes monstruosidades, mis miserias escamoteadas a la claridad del día, mis “amables”, mis apetencias…
Heme ante ti, Señor, estoy acá enarbolando mis lucecitas de colores verdes y rojas, mis pinos falsos colmados de nieve de algodón de cuarta, mis Santa Claus, barbados, gordos y exógenos.
Heme ante ti, Señor, con mis manos colmadas de virtudes y de culpas a expiar.
Heme ante ti, Señor, dispuesto a deglutir el 24, los trozos grasos de cerdo, la sacarosa de los ponches, los ibéricos, los turrones duros o blandos a precio de oferta, y luego, todo el alcohol en diversas presentaciones y colores, en todos los envases embotellados; todos los carbohidratos de los infinitamente e hiper-carbohidratantes y gastronómicamente seductores moros y guandules; la debilidad frente a las “gomitas” de todos los colores, suma de azúcar y sabor granulado y pegajoso.
Heme aquí, Señor, ante todas las bebidas ofrecidas, ante todas las piezas musicales que llenan la radio, la internet y la televisión.
Heme aquí, Señor, ante todas las felicitaciones de protocolo, junto a las sinceramente expresadas, esas que nos desean bienestar, salud y prosperidad.
Ante ti, Señor, te expongo mis condiciones y actitudes diferenciadas y deficientes más íntimas e infinitamente escamoteadas ante el juicio social.
Haz tú, Señor, con mis falencias lo que consideres. Te lo digo sobre las puntas quebradas de mis sinceridades extraídas con dolor y conciencia: es llegar a ser una buena persona.
Mi aspiración es ser buena persona y lograr que cada acción mía contribuya a edificar un mundo mejor, sin masacres fanáticas y violentas, sin crímenes contra la humanidad en nombre de las ideologías, sin atentados de terror, sin masacres y crímenes de guerra, sin usar el hambre y la negación del acceso a la atención de salud como armas de guerra, sin limpiezas étnicas en nombre de la respuesta bélica a otro crimen igualmente abominable.
Heme aquí, Señor, ante ti con mis deseos de ser mejor.
Acá estoy con mis ansias de seguir los pasos de tu hijo.
Es esta mi actitud de entregarme a la luz. Pero eso es poco. Y, Señor, aspiro a más.
Todos deseamos ser buenas personas… y serlo todo el tiempo.
No solo en diciembre.
No en enero o en los días de Semana Santa.
Se trata de ser buena gente… siempre.
Es el tiempo de darnos cuenta de que tener una sociedad mejor depende de cada acción nuestra, por mínima que sea: desde el respeto por el semáforo o el letrero de “No estaciones” hasta la configuración de las grandes decisiones que mejoran el mundo.
Ser buena gente, Señor. Lo que no soy. Lo que aspiro a ser.
Heme aquí… Señor.