La designación de las autoridades en el ámbito cultural debería ser un acto solemne, cargado de compromiso y visión a largo plazo. Sin embargo, en los últimos años, parece que la cultura, más que un pilar esencial para la identidad de un país, ha sido vista como un escaparate para figuras de la farándula, carentes de la preparación adecuada para asumir responsabilidades de tal envergadura.
El probable nombramiento de una figura pública, conocida más por su presencia mediática que por sus aportes significativos a la cultura, ha generado una ola de críticas en diferentes sectores. Este hecho abre una reflexión crucial: ¿qué representa la cultura para quienes tienen el poder de decidir sobre su futuro?
El Ministerio de Cultura no debería ser visto como un espacio para el lucimiento personal o la proyección de carreras artísticas individuales. Es, ante todo, el motor encargado de proteger, promover y expandir el legado cultural de una nación. La historia, la música, la literatura, las artes visuales y hasta las tradiciones orales requieren de una gestión técnica, fundamentada en el conocimiento y en el amor profundo por las raíces del pueblo.
Un ejemplo claro de lo que sucede cuando se desatiende esta visión fue la pérdida de proyectos emblemáticos en gestiones anteriores, lideradas por personas cuya experiencia en cultura era más un adorno que una realidad. Los museos languidecieron, los programas educativos se diluyeron y los artistas emergentes quedaron sin plataformas para mostrar su talento.
Es evidente que la indignación no solo proviene de sectores académicos y artísticos, sino también de la población general. Para muchos, la cultura es algo más que espectáculos y reconocimientos. Es la memoria viva de un país, su carta de presentación ante el mundo.
La elección de figuras públicas sin una trayectoria sólida en la gestión cultural es un error que se paga caro. No se trata de excluir a quienes provienen de la farándula, sino de exigirles la preparación necesaria para asumir un rol tan vital. La cultura no es un entretenimiento; es un reflejo de quienes somos y quienes aspiramos ser como sociedad.
La ciudadanía espera que esta decisión sea un punto de inflexión y no una norma. Porque, si algo es claro, es que la cultura no debería farandulearse. Al contrario, debe ser el terreno donde se siembren las ideas más profundas y se cosechen los frutos más valiosos de nuestra identidad.