En República Dominicana, un país tan tan pequeño, hay una epidemia que crece sin control: ¡los peajes! Sí, esos guardianes del pavimento que parecen aparecer cada vez que el gobierno decide asfaltar cinco kilómetros de calle. Uno se pregunta si el plan es financiar la próxima misión a Marte o simplemente hacernos expertos en el arte de sacar monedas al volante.
Imagínese un día en el que, al cruzar la puerta de su casa, se encuentre con un peaje. Porque si siguen al ritmo que van, no sería descabellado pensar que algún iluminado sugiera cobrarnos por caminar en aceras recién pintadas o por respirar aire acondicionado en el Metro.
Peajes en cada esquina: ¿hasta cuándo?
Vamos a los números. Uno pensaría que, en un país tan compacto, no haría falta tanta caseta de cobro. Pero no. Parece que la regla es simple: ¿construyeron una calle nueva? ¡Pónganle un peaje! ¿Repararon un bache? ¡Otro peaje! Si esto sigue así, cada barrio tendrá su propio peaje vecinal.
El colmo sería tener que pagar por moverse dentro de Santo Domingo. ¿Y si alguien quisiera ir de Santo Domingo Este a Oeste? ¡Peaje! ¿Al Norte? ¡Peaje! Ya lo estoy viendo: «¡Bienvenido a Santo Domingo! Peaje por entrar y otro por salir».
Puentes: la nueva mina de oro
Y no contentos con los peajes en las vías principales, ¿por qué no sacarle provecho a los puentes? Imaginemos el escenario: un peaje en el Puente Duarte, otro en el Puente de la 17 y, para rematar, uno en el Puente Mella. ¿Y por qué detenerse ahí? ¿Qué tal un peaje flotante para el teleférico? ¡Total, soñar no cuesta nada, pero cruzar un puente sí!
La pregunta del millón
¿Hasta dónde llegará esta fiebre de peajes? Si seguimos esta lógica, un día podrían cobrar por cruzar las calles en las cebras peatonales, por el uso de túneles o hasta por el paisaje urbano.
La crítica aquí no es solo el costo, sino la exageración. Un país tan pequeño, con tantas casetas de cobro, parece más un parque temático de peajes que una nación en desarrollo. Tal vez sea momento de preguntarnos: ¿realmente necesitamos tantos? ¿O estamos pagando el precio de la falta de creatividad en la recaudación fiscal?
Al final, parece que lo único gratis en este país seguirá siendo la crítica… al menos hasta que alguien se le ocurra ponerle precio.