Por más de cuatro años he trabajado con dedicación en mi emprendimiento de coladoras artesanales de café.
Lo que comenzó como una idea casera, con esfuerzo y constancia ha ido creciendo hasta convertirse en una marca con clientes frecuentes, proyecciones de crecimiento y una meta clara: formalizarme, pagar mis impuestos y operar como una empresa legalmente establecida en República Dominicana.
Hace cuatro meses, quien firma esta nota, decidió iniciar el proceso formal. Como manda la ley.
Gestioné el Registro Mercantil y obtuve mi RNC en la DGII. Todo marchaba bien hasta que llegué al último paso necesario para venderle a clientes institucionales: abrir una cuenta bancaria a nombre de la empresa. Ahí comenzó el verdadero viacrucis.
Elegí Banreservas, el “Banco de los dominicanos”, como se hace llamar. Hace aproximadamente tres meses llevé todos los documentos que me solicitaron a la sucursal ubicada en Canabacoa, Santiago de los Caballeros, dentro de una plaza en una estación de combustibles. Allí me recibieron con lo que solo puedo describir como una atención pobre, apática y desinformada. Me trataron como si pedir una cuenta empresarial fuera una molestia.
A pesar de eso, completé el proceso. Me retuvieron 10,000 pesos, como establece la ley, y me explicaron que ese dinero sería liberado una vez completara todos los requisitos. A los pocos días llevé los documentos faltantes, confiado en que el proceso seguiría su curso. Pero desde entonces, el silencio.
Más de dos meses después, sigo esperando. La cuenta supuestamente fue aprobada, pero me dicen que falta una verificación del “departamento de prevención de lavado de activos”, y que mientras eso no avance, ni me abren la cuenta ni me devuelven el dinero. Ninguna llamada. Ninguna notificación. Cada vez que voy a la sucursal, recibo excusas vagas y miradas de desinterés.
Y mientras tanto, los clientes están a la espera, y yo con las manos atadas. Porque, ¿cómo vendo formalmente si no tengo cómo facturar? ¿Cómo muevo la empresa si el banco no me entrega lo que es mío? ¿De qué sirve el discurso de apoyar al emprendedor, si el sistema está diseñado para ponerle trabas a quien quiere hacer las cosas bien?
Formalizar un negocio en este país debería ser un proceso ágil, con orientación clara, y un acompañamiento real. No un castigo. No una prueba de paciencia.
Hoy, más que una queja, esto es una denuncia. Porque como yo, hay cientos de emprendedores que quieren formalizarse y se encuentran con burocracia, falta de transparencia y maltrato. Y mientras tanto, los negocios informales crecen, porque intentar hacer las cosas correctamente parece ser el camino más difícil.