Nunca se sabe cuándo será la última vez.
Probablemente, para esta fecha, la familia Dotel-Javier tenía en mente un viaje. Tal vez una escapada, una nueva aventura como tantas que disfrutaban juntos.
Lo que sí es seguro es que, como en cada plan, Octavio iba a estar al centro, con esa sonrisa que siempre llegaba primero, y con la alegría de quien vivía intensamente en todo momento con los suyos.
Pero el 8 de abril, esa risa se apagó.
Este jueves se cumple un mes de la tragedia del Jet Set, en la que perdieron la vida 233 personas. Entre ellas, Octavio Dotel: esposo, padre, compañero, cómplice. El eterno niño grande de su casa.
Desde entonces, su viuda, Massiel Javier de Dotel, ha vivido una mezcla de dolor, incredulidad y resistencia. Pero sobre todo, amor. Un amor que ahora duele, pero que se niega a desaparecer.
“Han sido 30 días sumamente difíciles. No solamente para mí, sino para toda la familia. Las muertes repentinas tienen esa particularidad: no te puedes preparar para eso. No estás listo para recibir la noticia de que no podrás ver a ese ser que tú amas”, manifestó Massiel al Listín Diario, con la voz entrecortada.
MÁS QUE ESPOSOS
Octavio y Massiel lo hacían todo juntos. Literalmente.
“Nunca he sido una persona que le guste andar entre grupos. Todo lo hacía con él. Si me iba de viaje era con él. Era mi cómplice para todo. Lo más difícil será hacer las cosas que nos gustaba hacer juntos, ahora sin él”, dijo, ya entre lágrimas.
Dotel dejó a tres hijos: uno que cumplió 15 años el viernes pasado sin su papá, una niña de 13, y un pequeño de apenas cinco.
Ellos eran su mundo. Él era el suyo.
“Para los niños ha sido como una montaña rusa. Octavio era un padre muy presente, muy divertido, muy amigo. Era como el niño grande de la casa. Gracias a Dios tenemos una familia muy unida que me ha estado ayudando”, sostuvo.
Ella ha buscado ayuda profesional para los tres, y también para sí misma. Porque cargar sola con tanto no es humano. No es posible.
Pero hay algo que los ha sostenido: hablar de Octavio. Mantenerlo vivo con gestos pequeños, cotidianos, pero profundos.
“Si hacemos cualquier cosa, decimos: ‘esto a papi le gustaba’, o ‘vamos a comernos esto porque a papi le encantaba’. Esa es nuestra forma de que él nunca muera en nuestro diario vivir”, subrayó.
Incluso pedir un café ya no es lo mismo.
Massiel elige el que le gustaba a él. No por rutina, sino por memoria. Por amor.
“El dolor y la tristeza siempre van a estar. No negar el dolor es parte del duelo. Hay que vivirlo para poder ir sanando. Nunca se irá, pero sé que con el tiempo lo vamos a recordar sin ponernos tristes. Todo lo contrario: recordarlo felices”, sueña Massiel.
Octavio Dotel y su esposa Massiel Javier en el centro, junto a sus tres hijos, durante las festividades nadiveñas del año pasado.
Octavio Dotel y su esposa Massiel Javier en el centro, junto a sus tres hijos, durante las festividades nadiveñas del año pasado.
Hoy se cumple un mes desde que Octavio se fue. Pero su risa sigue sonando en los pasillos de la casa, en los chistes que hacía, en las canciones que bailaba con sus hijos, en las cosas sencillas que construyen una vida.
Y que ahora, por más que duelan, también salvan.