Por Elvin Castillo.- En la política dominicana, especialmente en los procesos internos de los partidos, una y otra vez se confirma una verdad incómoda para los aspirantes: encabezar las encuestas no garantiza la nominación. De hecho, en muchos casos, puede ser más una ilusión que una ventaja real.
La historia reciente y pasada está llena de ejemplos donde el favorito mediático o numérico termina derrotado por quien controla la estructura, los delegados o la maquinaria partidaria.
El caso más temprano lo encontramos en la convención del PRD en 1977. Salvador Jorge Blanco era considerado el favorito, pero quien terminó imponiéndose fue Antonio Guzmán Fernández, apoyado por sectores emergentes del partido. Como gesto de unidad o cálculo político, Guzmán eligió como compañero de boleta a Jacobo Majluta, el tercero en contienda, sellando una fórmula que llevaría al PRD al poder en 1978 tras el fin del régimen de Balaguer.
Lo mismo ocurrió en 1995 dentro del PLD. Muchos daban por sentado que Euclides Gutiérrez Félix, histórico dirigente peledeísta y cercano a Juan Bosch, sería el candidato presidencial. Pero Leonel Fernández, con un perfil más bajo pero un trabajo interno más efectivo, terminó ganando la nominación y, eventualmente, la presidencia.
En 1999, dentro del mismo partido, las encuestas favorecían ampliamente a Jaime David Fernández Mirabal, ex vicepresidente de la República. Sin embargo, Danilo Medina, con una red sólida de apoyo interno y un discurso de renovación, le propinó una derrota contundente.
Estos casos iniciales son solo el prólogo de una larga lista de derrotas de favoritos en procesos internos:
• En 1981, Jacobo Majluta, vicepresidente de Guzmán, parecía tener todo a su favor para heredar la candidatura oficialista del PRD, pero Salvador Jorge Blanco, con delegados y base, lo venció.
• En 1985, José Francisco Peña Gómez lideraba todas las mediciones, pero fue desplazado en medio de disturbios y pactos de cúpula que favorecieron nuevamente a Majluta.
• En 1999, Milagros Ortiz Bosch era puntera en el PRD, pero Hipólito Mejía conectó con la maquinaria rural y ganó por amplio margen.
• En 2003 y 2007, dentro del PRSC, tanto Jacinto Peynado como Eduardo Estrella iniciaron como favoritos, pero terminaron cediendo ante Eduardo Estrella y Amable Aristy, respectivamente, por razones estructurales y clientelares.
• En 2011, Miguel Vargas Maldonado parecía invencible en el PRD según las encuestas, pero Hipólito Mejía, con una estrategia de tierra y voto de protesta, se impuso.
• En 2019, Leonel Fernández lideraba todas las encuestas dentro del PLD, pero Gonzalo Castillo, impulsado por el danilismo, el padrón abierto y el voto automatizado, logró una cuestionada pero efectiva victoria.
• En 2022, Margarita Cedeño comenzó el proceso como favorita, pero Abel Martínez ganó con holgura, apoyado por la estructura territorial del partido.
¿Qué nos enseña todo esto? Que en la política dominicana y en especial en las primarias el favoritismo temprano es un espejismo si no va acompañado de control del padrón, logística, alianzas internas y capacidad de movilización. Las encuestas pueden generar percepción, pero son los delegados, la estructura territorial y las reglas del juego las que deciden.
En los partidos altamente personalizados o centralizados, la competencia interna no siempre es democrática ni transparente. A menudo, se ve distorsionada por decisiones de cúpula, inequidad en el acceso al padrón o manipulaciones en los métodos de votación. Esto explica por qué figuras con fuerte presencia en la opinión pública han sido derrotadas por candidatos con mejor dominio de la mecánica interna.
En resumen, la historia dominicana entre 1977 y 2025 confirma que el poder en las primarias no reside en las encuestas, sino en el poder real: el del territorio, la maquinaria y la estrategia. Todo aspirante que lo ignore, está condenado a caer víctima de su propia burbuja.