Por ahora, la tan temida Tercera Guerra Mundial sigue siendo un fantasma lejano. Y lo es, en parte, porque las potencias que podrían detonarla —China y Rusia— han optado por rutas más estratégicas que explosivas. China, enfocada en consolidar su dominio económico global, no se distrae con conflictos que puedan afectar su ascenso; mientras que Rusia, profundamente involucrada en Ucrania, difícilmente abrirá otro frente de batalla. Ambos gigantes, aunque alineados en ciertos intereses, han optado por el juego diplomático en escenarios tan volátiles como Medio Oriente.
Sin embargo, mientras ellos contienen su fuego, otros ya han soltado las llamas.
Israel, EE. UU. e Irán: un triángulo de pólvora
El conflicto entre Israel e Irán, con Estados Unidos como respaldo militar y político del primero, escala peligrosamente. Los bombardeos a territorio iraní y el castigo brutal sobre Gaza han dejado un saldo que algunos califican sin tapujos como genocidio: más de 55,000 muertos. La comunidad internacional observa, en muchos casos, en silencio, mientras se violan principios básicos del derecho humanitario.
Donald Trump y sus asesores —pese a su retórica incendiaria— parecen entender los límites del tablero. Saben que un conflicto directo con potencias como China o Rusia desataría consecuencias imposibles de contener. De ahí que la estrategia de Washington siga siendo imponer condiciones y mostrar músculo, pero evitando choques directos con quienes realmente podrían desestabilizar el mundo.
El nuevo orden: intereses repartidos y diplomacia a la deriva
El panorama actual no parece apuntar a una guerra mundial, pero sí a un reordenamiento global a base de fuerza y ocupación. Un reparto de intereses, sin máscaras:
- Israel avanza militarmente sobre Gaza.
- Rusia sigue debilitando a Ucrania con ataques sistemáticos.
- Estados Unidos presiona a Irán y refuerza su influencia militar global.
- China conquista mercados, recursos e infraestructura, sin disparar una sola bala.
Este equilibrio, si se le puede llamar así, se sostiene más en la amenaza que en el consenso, más en la pólvora que en la palabra.
¿Y la diplomacia?
Lo más preocupante no es solo la cantidad de conflictos activos, sino la normalización del uso de la fuerza como solución. La diplomacia, antaño mediadora esencial, ha sido relegada a discursos vacíos y cumbres sin consecuencias.
Si este patrón se consolida, podríamos estar ante una nueva etapa donde los conflictos no se resuelvan en los pasillos de la ONU, sino en los escritorios del Pentágono, la OTAN, el Kremlin y Beijing. Una realidad que convierte a la ONU en un testigo impotente de una era marcada por el poder bruto.
En fin
No, la Tercera Guerra Mundial no ha comenzado oficialmente. Pero si medimos por cantidad de conflictos, por el número de muertos y por el abandono de la diplomacia, podríamos decir que vivimos una guerra mundial fragmentada, silenciosa, pero devastadora. Y si no despertamos, si no volvemos a confiar en el poder de la negociación, podríamos cruzar ese punto sin darnos cuenta… hasta que ya sea demasiado tarde.