La noche de Santo Domingo siempre ha tenido sus protagonistas. No hablamos solo de personas, sino de lugares que marcaron una época y que se convirtieron en puntos de referencia para generaciones enteras. En este recorrido por la memoria colectiva, revivimos junto a José Luis Rabelo, Nil Checo y Rafael Fernández los íconos de la vida nocturna dominicana que brillaron con luz propia desde los años 80 hasta principios de los 2000.
Más allá de las plazas: el alma de la noche capitaleña
Luego de analizar arterias comerciales como El Conde, la Duarte y la Mella, en esta tercera entrega de la serie se enfoca el lente en aquellos espacios que dominaron la noche. Sitios que, más allá de vender bebidas, ofrecían identidad, rituales sociales y hasta una especie de iniciación a la adultez para muchos jóvenes de la época.
Omar Cayán: más que un liquor store
Uno de los lugares más icónicos fue Omar Cayán, recordado por muchos como el primer liquor store de la capital, ubicado estratégicamente en el malecón, justo frente a lo que hoy es un solar vacío. Más allá de la venta de bebidas, Omar Cayán se convirtió en punto de encuentro, sala de espera antes de la rumba y escuela no oficial para aprender a beber. Conectado íntimamente con una bebida que marcó época —el famoso Night Train—, este lugar fue la antesala de innumerables aventuras nocturnas. Aún hoy, no existe una foto clara del local, lo que lo envuelve en un halo de leyenda urbana.
Neón: la discoteca que nos rebotó a todos
Otro sitio que merece mención honorífica es Neón, discoteca por excelencia que marcó a generaciones. Fundada en los años 70, fue en los 80 cuando vivió su mayor esplendor, sobre todo gracias a iniciativas como los «miércoles universitarios», donde bastaba con mostrar el carnet de estudiante para entrar gratis. El portero, apodado “el de la paz”, se convirtió en una figura temida por quienes intentaban colarse. Muchos recuerdan los famosos open bar de 20 pesos y las discusiones entre amigos para ver si la noche valía ese precio.
State House Café: pionero en concepto
State House Café no era simplemente una discoteca. Fue uno de los primeros establecimientos en tener un concepto claro, algo visionario para la época. De la mano de Benigno Pérez y Eduardo Álvarez, marcó un antes y un después en cómo se concebía la vida nocturna en Santo Domingo. Fue un espacio donde no solo se iba a bailar o a tomar, sino a vivir una experiencia con identidad propia.
El malecón y sus cuadrantes activos
A lo largo del malecón se generó una dinámica social única. Desde Cinemacentro, al lado de Omar Cayán, hasta restaurantes como Reina de España y clubes como el de los profesores de la UASD, esa zona concentraba el flujo de jóvenes en busca de diversión. Con sus carros estacionados, luces de colores y botellas sobre las capotas, el malecón se transformaba cada noche en una pasarela de estilos, música y libertad.
Una época sin restricciones
Vale destacar que, a diferencia de hoy, en esa época no existían controles estrictos sobre el consumo de alcohol o tabaco por menores. Muchos aprendieron a beber a los 14 o 15 años, con adultos comprando la bebida y jóvenes compartiendo una botella entre varios. Era un tiempo de menos normas y más calle, donde la experiencia se construía con cada salida.
Epílogo nostálgico
Revivir estos espacios no es solo recordar fiestas o tragos baratos. Es reconectar con un momento donde la ciudad respiraba de otra manera. Sin redes sociales ni celulares inteligentes, la vida nocturna era más orgánica, más humana, más viva.
Quizás hoy no existan fotos de Omar Cayán ni de la primera noche en Neón, pero las historias viven en quienes las protagonizaron. Y mientras queden voces para contarlas, esos lugares seguirán siendo los verdaderos dueños de la noche.