En las últimas semanas, ha resurgido una gran preocupación ciudadana ante la ampliación de la avenida República de Colombia, que amenaza con afectar directamente al Jardín Botánico Nacional. Lo alarmante no es solo la obra, sino las áreas específicas que serían sacrificadas dentro del jardín:
- El parqueo, que podría rediseñarse sin impactar la biodiversidad.
- El vivero, único en el país dedicado a preservar y reproducir especies endémicas y nativas.
- El área de cactus, fundamental para conservar ejemplares incautados de tráfico ilegal.
- El herbario nacional, el tercero más grande del Caribe, con más de 140,000 especímenes, incluyendo la valiosa colección del naturalista Miguel Canela Lázaro.
Esta intervención, más que una ampliación vial, representa un retroceso en materia ambiental. En un país cada vez más golpeado por los efectos del cambio climático, el cemento le sigue ganando a los árboles. No se trata solo de una obra de infraestructura, se trata de una visión urbana que continúa ignorando el valor irremplazable de los espacios verdes.
Destruir parte del Jardín Botánico para ampliar una avenida no es progreso, es negligencia ambiental. Porque en una ciudad sin planificación a largo plazo, la naturaleza se convierte en la primera víctima. Y tristemente, como muchos señalan: parece que la naturaleza no es negocio.