Durante años, la llegada del 5G fue presentada como la revolución que transformaría nuestras vidas. Nos vendieron más que una simple mejora en la velocidad de nuestros teléfonos: nos prometieron un mundo nuevo. Cirugías remotas, vehículos autónomos, ciudades inteligentes, refrigeradores hiperconectados… todo parecía al alcance de un clic gracias a esta quinta generación de redes móviles. Pero con el paso del tiempo, una pregunta comienza a resonar con más fuerza: ¿nos engañaron?
¿Qué salió mal con el 5G?
Cuando se lanzó el 5G, sus defensores aseguraban que no solo mejoraría el internet móvil, sino que permitiría desarrollos tecnológicos impensables. Sin embargo, muchas de esas promesas resultaron exageradas o directamente irreales. Por ejemplo, aunque la idea de una cirugía remota sonaba impactante, la realidad es que para operar a distancia se necesitan muchas más condiciones que una conexión rápida: un entorno quirúrgico adecuado, anestesiólogos presentes y protocolos médicos seguros. Y en un hospital, una conexión por cable sigue siendo más confiable que cualquier red móvil.
Otro ejemplo es el de los vehículos autónomos. La narrativa decía que el 5G permitiría coches sin conductor más seguros y eficientes. Pero la lógica se cae sola: si un vehículo necesita conexión para funcionar, ¿qué pasa cuando pierde señal? La realidad es que estos autos deben ser completamente funcionales aún sin cobertura. Entonces, ¿realmente era el 5G un requisito?
Una red sobrevendida
Las compañías telefónicas asociaron el 5G con todo tipo de tecnologías futuristas. Pero muchas de esas ideas dependían de avances en sectores sobre los que los operadores no tienen control. ¿El resultado? Una enorme inversión con pocos beneficios tangibles. En Estados Unidos, por ejemplo, el despliegue del 5G implicó la instalación de más de 100,000 nuevas antenas desde 2018. Aun así, los usuarios de AT\&T y Verizon solo están conectados a una red 5G una décima parte del tiempo, según datos de 2024.
Y aunque los teléfonos muestran un ícono de “5G”, eso no garantiza que realmente estén conectados a esa red. Muchas veces, el indicador aparece simplemente porque hay una antena cercana, no porque se esté utilizando activamente la nueva tecnología.
¿Dónde están las mejoras?
Desde el punto de vista técnico, el 5G sí trajo innovaciones, como el uso de frecuencias más altas que permiten mayor velocidad. Pero esas mismas frecuencias tienen un gran problema: su alcance es muy limitado. Esto obliga a instalar más antenas en distancias cortas, algo costoso e inviable para zonas rurales. Irónicamente, una de las grandes promesas era cerrar la brecha digital, pero el 5G la ha ampliado, dejando atrás a comunidades con menor densidad de población.
También se habló mucho sobre los peligros para la salud. Aunque no hay evidencia sólida de que el 5G sea más dañino que generaciones anteriores, la percepción pública fue moldeada por el miedo, la desinformación y, en muchos casos, intereses comerciales. Se vendieron “protectores” contra la radiación que prometían bloquear las señales, aunque hacerlo significaría, básicamente, dejar de usar el celular.
Un negocio, más que una revolución
La industria invirtió miles de millones no solo en infraestructura, sino también en licencias de uso de frecuencias. Y necesitaban un retorno rápido. Por eso el 5G se presentó como algo revolucionario, cuando en realidad, para el consumidor promedio, no es tan distinto del 4G.
Lo más irónico de todo es que el despliegue del 5G se aceleró por presión política y comercial, más que por necesidad tecnológica. El caso más emblemático: Japón quería presentar el 5G como parte de su vitrina mundial en los Juegos Olímpicos de 2020, lo que empujó al resto del mundo a correr en una carrera que, hasta hoy, parece no tener medalla.
¿Y ahora qué?
Expertos coinciden en que el 5G podría mejorar si se implementa correctamente, con infraestructura independiente y nuevos usos en la industria. Pero también hay voces que advierten que vamos directo hacia otro error con el 6G, repitiendo las mismas fallas. Algunos creen que el camino ideal es la integración entre redes móviles, Wi-Fi y satélites para ofrecer una conectividad más coherente y realista.
Lo cierto es que el 5G no cambió el mundo como nos dijeron. La revolución prometida quedó, por ahora, en promesas y marketing. Quizás el verdadero avance no vendrá con una nueva “G”, sino con decisiones más honestas, transparentes y enfocadas en lo que realmente necesita la gente.