
En las principales avenidas, parques y elevados del Distrito Nacional es cada vez más frecuente encontrar a hombres y mujeres que pasan la noche en la vía pública, improvisando refugios y cargando con pocas pertenencias. Los rostros cansados, pies descalzos y una higiene precaria reflejan la dureza de una vida sin redes de apoyo.
Quienes viven en la calle —a menudo denominados “hijos de nadie” por carecer de familiares que los respalden— ocupan espacios públicos que antes eran transitados por trabajadores, estudiantes y turistas. Parques, aceras y pasos elevados se han convertido en refugios cotidianos, mientras comerciantes y transeúntes observan una situación que parece agravarse con el tiempo.
La exclusión social aparece como una causa visible: desempleo, adicción, problemas de salud mental, ruptura de lazos familiares y falta de vivienda accesible empujan a muchas personas a la calle. A esto se suma la ausencia de políticas estatales integrales y la limitada intervención municipal y del Ministerio de Salud Pública para brindar atención sostenida y programas de reinserción.
Otro desafío importante es la falta de cifras oficiales y estudios concluyentes sobre la población en situación de indigencia. Sin datos fiables se complica diseñar e implementar programas efectivos, medir su impacto o asignar recursos con criterios técnicos. Organizaciones sociales y algunos municipios han desarrollado acciones puntuales, pero los expertos señalan la necesidad de un plan nacional coordinado.
Frente a este panorama, las soluciones requerirían pasos concretos y coordinados: un censo o registro actualizado de personas en situación de calle, albergues con atención integral (salud física y mental, adicciones, formación laboral), programas de vivienda asequible y la participación activa de organizaciones comunitarias y el sector privado. También es clave la prevención —políticas que reduzcan el desempleo estructural, mejoren el acceso a salud mental y protejan a familias vulnerables antes de que caigan en la indigencia.
La calle habla —y exige— respuestas. Mientras tanto, muchas vidas quedan a la intemperie, esperando que la sociedad y el Estado pasen de la observación a la acción.