
Cuando adaptas una novela como Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia, te enfrentas a un desafío dual: ser fiel al espíritu del texto y, al mismo tiempo, capturar cómo ese espíritu dialoga con nuestro presente. La nueva serie de Netflix logra eso con fuerza brutal, con un México pasado que parece espejo del México actual.
De quiénes hablamos y qué vemos
La historia gira en torno a las hermanas Baladro, Serafina y Arcángela, mujeres poderosas, despiadadas, lejos de los estereotipos femeninos dulces o sacrificados. Madrotas, dueñas de burdeles, manipuladoras y criminales bajo una corrupción rampante que las protege. No son heroínas al uso, pero tienen una personalidad tan fuerte que no necesitas identificarlas: las sientes. Eso es algo poco habitual, y esta serie lo explota muy bien.
El director que lo hace suyo
Luis Estrada, al frente del proyecto, trae su estilo característico: sátira lúcida, humor negro, crítica social incisiva. Decía que hacía tiempo le rondaba la idea de adaptar esta obra, y que intentos previos fallaron, ya sea por derechos o formato. También confesó que rechazó una propuesta de hacerla en otro idioma, pues consideró que era la novela más mexicana “que existe” y que debía hablar con autenticidad desde casa. Esa decisión se siente en cada escena construida con detalles históricos, con la textura del México de mediados del siglo XX, pero con fantasmas que aún nos acechan.
Estrada también insistió en dirigir todos los episodios, lo que ayuda a mantener una unidad estética, narrativa y tonal, algo visible en una producción tan cuidada: desde vestuario, fotografía, diseño de producción, hasta el ritmo con el que van ocurriendo los giros de la trama.
Interpretaciones que van más allá de lo esperado
- Paulina Gaitán como Serafina Baladro lleva al personaje al límite. Una mujer con el corazón roto, que la traición la vuelve peligrosa. El rol se convierte en transformación para ella, que reconoce lo mucho que le exigió emocionalmente.
- Arcelia Ramírez da vida a Arcángela Baladro con una brutalidad calculada, con una caracterización física y vocal tan meticulosa que la metamorfosis se siente tangible. Ella recuerda que el personaje le pedía endurecerse cada vez más, volverse “más cabrona”, como dijo ella, y construyó esa brutalidad sin caer en lo caricaturesco.
- Alfonso Herrera interpreta a Simón Corona, un hombre que representa formas clásicas de machismo, irresponsabilidad, fuga de culpa. Herrera habla de lo divertido que fue explorar a este personaje imperfecto, visceral, confundido. En él se ve una caricatura exagerada, pero también lo reconocible de muchas realidades sociales.
¿Por qué hoy?
Aunque la novela de Ibargüengoitia data de hace décadas, la serie demuestra que ciertos males persisten: corrupción, violencia, desigualdad, abuso de poder, roles de género tóxicos. Lo que puede sorprender es que, pese al tiempo pasado, las heridas del país aún laten con fuerza, y la obra lo demuestra, lo denuncia.
La serie no es complaciente: no idealiza a las mujeres protagonistas ni las juzga con indulgencia; las muestra en toda su complejidad: monstruosas, sí, pero también humanas. Y eso abre espacios de reflexión: ¿cuánto de lo que vemos hoy es eco de ese pasado? ¿Dónde termina la ficción de una serie literaria y dónde comienza la realidad que nos rodea?
Un logro creativo valiente
Las Muertas no es simplemente otra adaptación literaria. Es una declaración: que el pasado sirve para entender nuestro presente, que las historias mexicanas merecen contarse con crudeza y belleza juntas. Es también un paso adelante para la representación femenina: estas mujeres no están al margen, no son víctimas pasivas; actúan, deciden, hieren, mandan.
En términos técnicos y artísticos, la serie brilla: producción que recrea época, estética meditada, actuaciones comprometidas. Todo eso bajo la mirada de un director que se rehúsa a simplificar, que acepta la brutalidad, la complejidad, lo incómodo.