
El nombre de Pablo Escobar se convirtió en sinónimo de narcotráfico, violencia y poder en Colombia y en el mundo entero. Líder indiscutible del Cartel de Medellín, su cabeza llegó a tener un precio de 6 millones de francos, ofrecidos conjuntamente por Estados Unidos y el gobierno colombiano. Sin embargo, detrás del mito del criminal más buscado de la época, había un hombre que también se presentaba como un hijo obediente dentro de una familia muy unida.
“La civilización de la cocaína”
En un encuentro con periodistas, Escobar expuso su visión del negocio con la firmeza de un militante:
“Hay que ser realistas, estamos viviendo la civilización de la cocaína.
La cocaína está invadiendo el mundo. ¿Por qué?
Porque es una droga fuerte, pero menos dañina que otras. El problema de los drogadictos es la falta de educación y disciplina. Es lo mismo con el alcohol. No hay diferencia entre un hombre tirado en la acera por estar ebrio y un drogadicto”.
Para Escobar, la raíz del conflicto con Estados Unidos no era la droga en sí, sino el control del mercado. Recordó que el tratado de extradición de 1979 se había creado para atacar a los exportadores de marihuana, pero en su opinión, ese tema había quedado obsoleto porque los estadounidenses ya producían su propia marihuana.
“Hoy la amenaza es la cocaína, no porque sea más dañina, sino porque son los colombianos quienes la producimos, y ya no está bajo el control de los norteamericanos”, afirmó.
Una reunión bajo vigilancia armada
La entrevista no estuvo exenta de tensión. Los escoltas de Escobar, armados y con el dedo en el gatillo, permanecieron atentos ante cualquier movimiento sospechoso. En ese ambiente, resultaba casi imposible mantener un debate abierto, pues la presión de las armas imponía silencio.
El lado familiar del capo
Lejos de la figura del criminal temido, Escobar también mostró una faceta sorprendente: la de hijo obediente y familiar cercano. Invitado en la casa de su padre, Don Fabio, se refirió a la intimidad de su hogar:
“En casa, cuando no hay problemas, almorzamos juntos todos los días. Somos una familia unida. Papá es más severo, mamá más conciliadora. Don Fabio es parte del patrimonio de este país, un hombre bueno y noble que no haría daño a nadie”.
Entre dos filas de sicarios armados, Don Fabio Escobar apareció con la serenidad de un patriarca, reforzando la imagen de un clan en el que la familia y el crimen se entrelazaban de manera inseparable.
Entre mito y realidad
La entrevista reflejó las múltiples caras de Escobar: narcotraficante, líder criminal, hijo y defensor de una visión distorsionada del negocio de la droga. Su discurso, que justificaba la cocaína como parte de una “civilización inevitable”, contrastaba con la violencia que desató su imperio en Colombia y en el mundo.
Pablo Escobar, presentado como uno de los mayores criminales de la historia, seguía siendo para su familia un hijo obediente. Esa dualidad, entre lo íntimo y lo público, lo convirtió en un personaje tan temido como desconcertante.