Un Estado de derecho tiene en la cima la autoridad que traza las pautas de las pretendidas realizaciones para bien de la población a la que se debe. En nuestro caso esa figura la encarna el Presidente Danilo Medina.

Su reciente disposición de aplicar medidas de austeridad ha provocado un revuelo positivo; y de fruncir el ceño en los habituados a la cultura del derroche.



Estas primeras señales de humo parecen marcar la pauta de lo que sigue, cuando quien debe y tiene interés toma la sartén por el mango.



¡Cuánto dolor de cabeza para algunos! Y ¡cuánta alegría para millones de dominicanos arropados con la sábana de la pobreza!. De seguro que para éstos-se piensa-llegó el momento de la reivindicación.

Reivindicación que será dilatada por el dispendio probablemente abrumador si se señalara con cifras.

No hay que culpar al santo, sino a quien permite que se dé la limosna perteneciente a la población. Cada centavo que se gasta el Estado es fruto del sudor del trabajador y su manejo, ¡vaya utopía!, debe tener patente de pulcritud.

Las medidas del Presidente cayeron como la lluvia que refresca la tierra ahogada por la sequía. Estas fueron: 1-El presidente supervisara directamente las compras y contrataciones del Estado. 2-Prohibió las tarjetas de crédito, exceptuando las del Presidente, vicepresidenta, ministros y el Banco Central.

3-Prohibió las fiestas y canastas navideñas, menos aquellas dirigidas a las familias pobres y que son concedidas por el Estado. 4-Los vehículos de alto cilindraje y de lujo se tasarán y venderán. 5-Reducción al mínimo de los viajes al extranjero de funcionarios, así como el uso de combustibles. 6-Prohibió a los funcionarios aceptar dádivas o regalos en sus funciones. 7-Prohibió involucrarse en la gestión de facilidades en situaciones en que haya familiares hasta la cuarta generación. 8-Prohibió la remodelación y compra de mobiliario en oficinas.
Distintos países luchan contra la problemática del despilfarro y soborno, pero la prevención donde las leyes se aplican de manera antojadiza conduce a mantener el caos.

Algunos de esos pueblos lidian por igual propósito a otros niveles, sujetos a convenciones internacionales que intentan hacer de la austeridad un sueño que se desmorona.

No faltan los Estados que simplemente no creen en esa rigidez. Tal es el caso de la Presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que prefiere dejar de lado la austeridad y encarrillarse por el desarrollo.

Quizás la lupa con que se ven las cosas influya en el modo de pensar de Rousseff. De 36 países evaluados, sujetos a una convención que chequea la práctica del soborno siguiendo las leyes anticorrupción, el nivel de cumplimiento estaba prácticamente en el sótano.

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2011, dice que no está convencido de que la austeridad lleve a ningún lado. Es radical cuando indica: «la austeridad no ha funcionado ni funcionará».

En esa lid, Stiglitz tilda al Fondo Monetario Internacionao (FMI) de que «está profundamente equivocado porque no habla de la desigualdad entre ricos y pobres.

De igual modo es convincente en que «la desigualdad es el principal contribuyente a la crisis económica y, además, se ve incrementada por ésta», citado por Armando G. Tejada en Noticias de Abajo.

Todo lo anterior indica que nunca ha sido fácil manejar medidas de austeridad, controles en la cosa pública. Es un verdadero choque de trenes, pero hay que afrontarlo.

Aquí se iniciaron las señales de humo salidas del Palacio. Solo queda esperar el resultado de esta constricción.

Por Cándida Figuereo