Londres. «Los mejores mineros británicos trabajan en Kellingley», asegura orgullosamente un cartel a la entrada del lugar. Los mejores, y también los últimos de una industria que marcó profundamente la historia económica y social del Reino Unido.

El último capítulo de esta historia se cerrará definitivamente el viernes en este rincón brumoso del norte del condado de Yorshire, donde la mina de carbón de Kellingley, la última en activo en el país, cerrará después de 50 años de leal servicio.



Carbon

«Estoy asqueado, como todo el mundo. Es el fin de una época. Esta semana seremos historia, la última mina profunda de Inglaterra. Nuestro país se construyó sobre el carbón, la Revolución Industrial», lamenta Tony Carter, de 52 años, uno de los 450 mineros que aún descendía cada día bajo tierra en busca de la hulla.



Como en el resto de Europa, las caras tiznadas, las entradas de los pozos, la chimenea humeante, el baile de camiones y carretillas cargadas de carbón, serán pronto un recuerdo lejano, una estampa de otros tiempos.

Para muchos, lo que acabará el 18 de diciembre es un trozo de sus vidas y de la historia de sus familias.

«Mi padre era minero. La mayoría de la gente tenía padres mineros, es nuestro patrimonio. Es una vergüenza» que cierre la mina, confía Carter.

«Es una vieja ciudad, una ciudad de mineros. Los mineros quieren trabajar, no quieren cobrar el subsidio de desempleo, no quieren ayudas: los muchachos quieren trabajar. Es la muerte de esta ciudad», lamenta Kevin Butler, apoyado en la barra del bar de la asociación de mineros de Knottingley, la localidad vecina a la mina, con una pinta de cerveza en la mano y lágrimas en los ojos.

Butler es herrero y no trabaja en la mina, pero como casi todos en la ciudad, se ha visto golpeado por el cierre. Su hijo minero se fue a Australia a trabajar de otra cosa en cuanto supo que Kellingley iba a cerrar. Pero no es una posibilidad al alcance de todos: la mayoría de los empleados de Kellingley trabajan ahí desde la adolescencia y no ven qué otro oficio podrían hacer.

Es una mina ‘rentable’ 

Para Keith Poulson, del Sindicato Nacional de Mineros (NUM), la desaparición es motivo de tristeza y frustración.

«Es absolutamente indignante pensar que vamos a dar la espalda a una mina rentable, a una industria en la que disponemos de una fuerza laboral cualificada para extraer (carbón), y que simplemente vamos a echar el cierre. Es absolutamenente escandaloso», dice indignado.

Este antiguo minero considera la situación absurda, teniendo en cuenta que la mina está rodeada de tres centrales eléctricas a unos pocos kilómetros, entre ellas la de Drax, la principal central a carbón del Reino Unido, que satisface del 7 al 8% de las necesidades eléctricas del país.

«Abastecemos Drax con carbón de esta mina. Disponemos de 20 años o más de reservas de carbón listas para ser suministradas a Drax, pero, por alguna razón, ya no necesitamos carbón británico», argumentó. Y sin embargo, «Drax quemará carbón en los próximos diez años, quizás más», explica Poulson.

El problema es que en tiempos de acuerdos internacionales contra el cambio climático y transición energética, el carbón, cuya combustión genera muchos gases de efecto invernadero, se ha vuelto impopular.

El gobierno británico anunció en noviembre que quería cerrar antes de 2025 las centrales a carbón más contaminantes.

Así, de las tres centrales de carbón cerca de Kellingley, sólo la de Drax continuará en funcionamiento después de 2016. Las importaciones más baratas del extranjero, sobre todo de Rusia y Colombia, y el incremento del impuesto al carbón decidido en abril, hicieron el resto.

Para el dirigente del NUM, los mineros son sobre todo víctimas de los márgenes industriales y los impuestos, porque el coste del carbón apenas ha aumentado en las últimas décadas.

«Cuando empecé en 1977, el precio del combustible para las centrales eléctricas era de 27 libras la tonelada y hoy el precio al por mayor del carbón es de 30 libras la tonelada. Ahora dime, ¿tu factura eléctrica refleja solamente un aumento de 3 libras en 39 años? Siento decir que no».

Hay tiempo en Kellingley para los buenos recuerdos y la camaradería, en condiciones de trabajo muy duras, eso sí.

«Amé cada minuto de mi trabajo, era un grupo fantástico, no encontrarás gente mejor que los mineros», recuerda Tony Carter.