Producida por Michael Bay, y siguiendo con la línea del famoso juego, esta nueva entrega funge como una precuela de la cinta anterior; incluso el único personaje en repetirse es el de Lina Zander, ahora en una versión más joven, la cual ayudará a conocer ciertos hechos que quedaron en incógnita en la entrega anterior.

La cinta nos presenta la misma casa del filme pasado, ahora ubicada en 1967. El inmueble es testigo de cómo una familia, conformada por una madre y sus dos hijas, usan el lugar para hacer sesiones espiritistas para tener una manutención. En medio de este panorama, una niña de nueve años, al intentar comunicarse con su padre, utiliza a la ouija en una forma inocente y desafiando la regla número uno. Este acto desatará a un espíritu maligno, así como diferentes hechos que pondrán los pelos de punta a las inquilinas y sus conocidos, sobre todo con el padre Tom.



Con los artilugios propios del género, el filme cocina la atmósfera de zozobra e inquietud, y de vez en cuando se agradece uno que otro chascarrillo. El homenaje más latente al que alude esta cinta es a El exorcista, éste se aprecia cuando llega el padre Tom al hogar donde sucumben las cosas, la escena es casi hecha a calca. Asimismo, la pequeña en cuestión tiene conductas similares a las que hiciera Linda Blair en su tiempo, con sus debidas proporciones, obviamente, informó Excelsior.

Como toda cinta de terror, cuando se tiene la cuerda tensa todo decae con un final que no amaga de forma satisfactoria a la situación y a los personajes, el filme termina siendo uno más del montón. El tablero pudo haber estado más a su favor; sin embargo, sólo se  traza un juego efectivo, pero muy olvidable.