En una entrevista que concedió al semanario católico belga Tertio y que fue divulgada este miércoles por el Vaticano, el papa Francisco reflexionó sobre el rol de los medios de comunicación, resaltó su capacidad de formar opinión y condenó duramente la posibilidad «dañina» de afectar a las personas e informar con medias verdades.



El Sumo Pontífice consideró que los medios «pueden tentarse por la calumnia» y usarla para ensuciar a la gente, «especialmente en política». Además, consideró que la desinformación «es probablemente el daño más grande que pueden hacer», porque así el público no logra hacer un juicio serio sobre la realidad.

A su vez, Francisco también se refirió a las reformas de la Iglesia, a la vez que resaltó que las voces de todos los obispos del mundo han sido escuchadas.



En tanto, expresó que «el terrorismo y la guerra no se relacionan con la religión», ya que los grupos fundamentalistas distorsionan los mensajes para usarse como justificación.

La entrevista completa:

En nuestro país (NdR: se refiere a Bélgica), estamos viviendo un momento en el que la política desea separar la religión de la vida pública. Por ejemplo, en la educación. Se cree que, en el tiempo de secularización, la religión debe ser reservada a la vida privada. ¿Cómo podemos ser al mismo tiempo una Iglesia misionera hacia la sociedad y vivir con la tensión creada por esta postura?

Bueno, no quiero ofender a nadie, pero esta es una perspectiva pasada de moda. Es el legado que la Iluminación nos dejo, ¿no? En el que cada fenómeno religioso es una subcultura. Es la diferencia entre el laicismo y el secularismo. He hablado sobre este tema con Francia. El Concilio Vaticano II nos habla sobre la autonomía, los procesos y las instituciones. Hay un secularismo saludable, por ejemplo, en el secularismo del Estado. En general, un Estado secular es bueno; es mejor que un Estado confesional, porque terminan mal. Pero el secularismo es algo, y el laicismo es otra cosa, que cierra las puertas a la trascendencia, a la trascendencia dual y, sobre todo, trascendencia hacia Dios, o sobre lo que está más allá de nosotros. Una apertura a la trascendencia es parte de la esencia humana. Es parte del hombre. No estoy hablando sobre religión, estoy hablando sobre la apertura a la trascendencia. Por lo tanto, una cultura o un sistema político que no respeta la apertura a la trascendencia de la persona humana recorta al hombre. O si no, no lo respeta. Es más o menos lo que pienso. Por lo tanto, enviar a la sacristía cualquier acto de trascendencia es una forma de asepsia, que no tiene nada que ver con la naturaleza humana, a la que le recortan una buena parte de la vida, que es la apertura.

Está preocupado acerca de los vínculos entre las religiones. Vivimos en tiempos de terrorismo y guerras, y puede parecer que el origen reside en las diferencias entre los credos. ¿Qué puede decir sobre ello?

Sí, creo que existe esa perspectiva. Pero ninguna religión como tal puede fomentar la guerra, porque sería proclamar un Dios de destrucción, un Dios de odio. Uno no puede lanzar guerras en nombre de Dios o en nombre de una posición religiosa. La guerra no puede estar basada en ninguna religión. Y por eso el terrorismo y la guerra no se relacionan con la religión. La religión es distorsionada para usarse como justificación, eso es cierto. Ustedes son testigos de ello, lo han experimentado en su patria. Pero son distorsiones que no se relacionan con el hecho religioso, que es amor, unidad, respeto, diálogo, todas estas cosas. Pero no en ese aspecto. Debemos ser categóricos sobre ello, ninguna religión proclama la guerra por el hecho de la religión. Distorsiones religiosas, sí. Por ejemplo, todas las religiones tienen grupos fundamentalistas. Todas, nosotros también. Y estos grupos destruyen, empezando por su fundamentalismo. Pero estos son pequeños grupos que han enfermado su religión, y como resultado pelean, lanzan guerras o dividen a sus comunidades, que también es una forma de guerra. Pero son grupos fundamentalistas que tenemos en todas las religiones. Siempre hay pequeños grupos.
Otra pregunta sobre guerra. Estamos conmemorando el centenario de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué podría decir del continente europeo sobre el mensaje de la posguerra, sobre no más conflictos?

Me he dirigido a Europa tres veces: dos en Estrasburgo y una el año pasado, o este, no recuerdo, cuando fue el Premio Carlomagno [el 6 de mayo de 2016]. Creo que «¡No más guerra!» no ha sido tomando en serio, porque después de la Primera hubo una Segunda, y después de la Segunda hay esta tercera guerra que estamos viviendo ahora, poco a poco. Estamos en guerra. El mundo está conduciendo a una Tercera Guerra Mundial: Ucrania, Medio Oriente, África, Yemen… es muy grave. Por lo tanto, decimos «no más guerra», pero al mismo tiempo fabricamos armas y las vendemos. Las vendemos a quienes están peleando entre sí. Es verdad. Hay una teoría económica que no he tratado de confirmar, pero que he leído en varios libros: que en la historia de la Humanidad, cuando un Estado ve que su economía no luce bien, inicia una guerra para balancear su presupuesto. Así, es uno de los pasos más fáciles para producir riqueza. Ciertamente, el precio es muy alto: sangre. «No más guerra» fue algo que Europa dijo con sinceridad, creo. Schumann, De Gasperi, Adenauer… lo dijeron sinceramente. Pero luego… Actualmente hay una falta de líderes. Europa necesita líderes, que vayan adelante. Bueno, no quiero repetir lo que ya dije en tres discursos.

¿Hay alguna posibilidad de que viaje a Bélgica en conmemoración de la guerra?

No está planeado. Pero solía ir a Bélgica cada año y medio cuando era jefe provincial, porque había una asociación con amigos de la Universidad Católica de Córdoba. Así que solía ir a hablar. Hicieron actividades espirituales, y yo iba para agradecerles. Le tomé cariño a Bélgica. Para mí, la ciudad más bella del país no es la de ustedes, sino Brujas (risas).

El Jubileo de la Misericordia ha terminado. ¿Cómo vivió este año?

El Jubileo de la Misericordia no fue una idea que me llegó inesperadamente. Toma forma con el bendito Pablo VI, que ya había avanzado varios pasos para redescubrir el perdón de Dios. Juan Pablo II luego le dio gran énfasis a estos tres hechos: la Encíclica Dives in Misericordia (Rico en misericordia), la canonización de Santa Faustina y el Domingo de la Divina Misericordia. Él murió en la víspera de ese día. Introdujo a la Iglesia en este camino. Siento que el Señor quería esto. Yo estaba… no sé cómo se formó la idea en mi corazón. Un buen día le dije al Monseñor Fisichella, que había venido por asuntos relacionados a su Dicasterio, «Cómo quisiera celebrar un Jubileo, el Jubileo de la Misericordia». Y me dijo, «¿Por qué no?». Y así fue como empezó. Es la mejor confirmación de que no es una idea humana, sino que vino desde arriba. Creo que fue inspirada por el Señor. Y evidentemente le fue muy bien.

Además, el hecho de que el Jubileo fue celebrado no sólo en Roma, sino en todo el mundo, en todas las diócesis crearon mucho movimiento, mucho movimiento. La gente estaba muy activa. Había mucha actividad y la gente se sintió llamada a reconciliarse con Dios, a encontrar nuevamente al Señor, a sentir el cariño del Padre.

El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer hizo la distinción entre gracia barata y gracia costosa. ¿Qué significan para usted?

No conozco el texto de Bonhoeffer, no sé lo que explica. Pero es barata porque no hay nada que pagar. Uno no necesita comprar indulgencias, es un regalo puro. Y es cara porque es el regalo más preciado. Hay un libro basado en una entrevista que di, titulado El nombre de Dios es Misericordia. Es precioso porque es el nombre de Dios: Dios es misericordioso.

Me recuerda a aquel sacerdote que tuve en Buenos Aires, que continuaba celebrando Misa y trabajando, ¡y tenía 92 años! Al principio de la ceremonia siempre daba algunas advertencias. Era muy enérgico a sus 92 años, predicaba muy bien, la gente iba para escucharlo. «Por favor, apaguen sus celulares». Y durante una misa, comenzó el ofertorio y un teléfono sonó. Se detuvo y dijo «Por favor, apaguen sus celulares». Y el monaguillo, que estaba a su lado, dijo: «Padre, es suyo». Y lo sacó y contestó: «¿Hola?». (Risas)

Creo que los medios deben ser muy claros, muy transparentes, y no ser víctimas (sin ofensas, por favor) de la enfermedad de la coprofilia

Para nosotros, parece que está indicando el Concilio Vaticano II para nuestros tiempos. Está mostrando formas de renovación en la Iglesia. La Iglesia Sinodal… en el Sínodo usted explicó su visión de la Iglesia del futuro. ¿Puede explicarlo?

La Iglesia Sinodal, déjame tomar esa palabra. La Iglesia nación desde la comunidad, desde la fundación, el bautismo, y se organiza alrededor de un obispo, que la reúne y le da fuerza. El obispo es el sucesor de los apóstoles. Esa es la iglesia. Pero en todo el mundo hay tantos obispos, muchas iglesias organizadas, y está Pedro. Por lo tanto, o hay una Iglesia piramidal, en la que lo que dice Pedro se hace, o hay una Iglesia sinodal, en la que Pedro es Pedro pero acompaña a la Iglesia, la deja crecer, la escucha, aprende de la realidad y la armoniza, discerniendo lo que viene de la Iglesia y restaurándola. La experiencia más rica de todo esto fue la de los dos últimos Sínodos. Allí, todos los obispos del mundo fueron escuchados, durante la preparación. Todas las Iglesias del mundo, las diócesis, trabajaron. Todo este material fue trabajado durante el primer Sínodo, que le dio sus resultados a la Iglesia, y luego volvimos una segunda vez –el segundo Sínodo- para completar todo esto. Y de allí emergió Amoris Laetitia.

Es interesante ver la riqueza de la variedad de matices, típicos de la Iglesia. Es unidad en diversidad. Esa es la sinodalidad. No descendemos de lo alto a lo bajo, sino escuchamos a las iglesias, las armonizamos, discernimos. Entonces está la exhortación post Sínodo, que es Amoris Laetitia, que es el resultado de los dos Sínodos, en los que la Iglesia trabajó, y que el Papa hizo propia. Está expresada en una manera armoniosa.

Es interesante que todo lo que contiene [Amoris Laetitia] fue aprobado por más de dos tercios de los padres. Y ésa es una garantía. Una Iglesia sinodal significa que hay un movimiento de arriba abajo, de arriba al amor. Y lo mismo en las diócesis. Pero hay una frase en latín que dice que la Iglesia siempre cum Petro et sub Petro. Pedro es el garante de la unidad de la Iglesia. Él es el garante. Ëse es el significado. Y es necesario progresar en la sinodalidad, que es una de las cosas que los Ortodoxos han conservado. Y también algunas Iglesias Católicas Orientas. Es una riqueza de ellos, y lo reconozco en la encíclica.

Parece que en el Segundo Sínodo hizo el pasaje entre el método de «ver, evaluar y actuar» hacia «escuchar, entender y acompañar». Es muy diferente. Éstas son cosas que constantemente le digo a la gente. El pasaje del Sínodo es hacia escuchar la realidad de la gente, entendiéndola bien y luego acompañándolos en su camino…

Porque cada persona dijo lo que piensa, sin miedo a sentirse juzgado. Y todos tuvieron la actitud de escuchar, sin juzgar. Y luego discutimos, como hermanos, en los grupos. Pero una cosa es debatir como hermanos y otra condenar a priori. Hubo una gran libertad de expresión. ¡Y eso fue hermoso!

En Cracovia, usted dio valiosa inspiración a los jóvenes. ¿Qué mensaje especial podría darle a los jóvenes de nuestro país?

No tengan miedo, no tengan vergüenza de la fe. No tengan vergüenza de buscar nuevas formas. Y a los jóvenes que no creen: no se preocupen, busquen el sentido de la vida. A una persona joven, quisiera darle dos consejos: busquen horizontes y no se retiren a los 20 años. Es muy triste ver a un joven pensionista a los 20, 25 años, ¿no? Busquen horizontes, vayan adelante, continúen trabajando en esta tarea humana.

Una pregunta final, Santo Padre, respecto de los medios. Una consideración sobre los medios de comunicación.

Los medios tienen una gran responsabilidad. Actualmente tienen en sus manos la posibilidad y la capacidad de formar opinión. Puede formar una buena o una mala opinión. Los medios de comunicación son los constructores de la sociedad. Están hechos para construir, intercambiar, fraternizar, hacernos pensar, educar. En ellos, son positivos. Es obvio que, dado que todos somos pecadores, los medios también pueden volverse dañinos. Y tienen tentaciones. Pueden tentarse por la calumnia, y así usar la calumnia, ensuciar a la gente, especialmente en la política. Pueden usarse como medios para la difamación. Toda persona tiene el derecho a una buena reputación, pero tal vez en su vida previa, o 10 años atrás, tuvieron problemas con la Justicia, o un problema en su vida familiar, y traer esto a la luz es serio y dañino. Puede anular a una persona. En la injuria, decimos una mentira sobre alguien. En la difamación, filtramos un documento. Como decimos en la Argentina, ‘se hace un carpetazo’, y revelamos algo que es cierto, pero ya es del pasado, y que ya ha sido pagado en la cárcel o con una multa. No hay derecho de hacer eso. Es un pecado y es dañino.

Algo que puede hacer un gran daño es la desinformación. Eso es enfrentarse con una situación, diciendo sólo una parte de la verdad y no el resto. Eso es desinformación. Porque no, al que escucha u observa, sólo le da una media verdad, y así no se posible hacer un juicio serio. La desinformación es probablemente el daño más grande que los medios pueden hacer, porque la opinión es guiada en una dirección, negando la otra parte de la verdad. Entonces, creo que los medios deben ser muy claros, muy transparentes, y no ser víctimas (sin ofensas, por favor) de la enfermedad de la coprofilia, que es siempre querer comunicar el escándalo, comunicar cosas feas, aunque puedan ser ciertas. Dado que las personas tienen una tendencia hacia la enfermedad de la coprofagia, les puede hacer mucho daño. Entonces, diría que hay esas cuatro tentaciones. Pero son formadores de opinión y pueden construir, y hacer un inmenso bien, inmenso.

Para concluir, una palabra a los sacerdotes. No un discurso, porque dicen que debemos terminar. ¿Qué es lo más importante para un sacerdote?

Es una respuesta salesiana, pero viene del corazón. Recuerden que tienen una Madre que los ama, y nunca cesen su amor por su Madre, la Virgen. Segundo, déjense mirar por Jesús. Tercero, busquen el sufrimiento de Jesús en sus hermanos, allí encontrarán a Jesús. Esto como base. Todo parte de aquí. Si eres un sacerdote huérfano, que ha olvidado a su Madre; si eres un sacerdote que se ha alejado de Él, que te llamó, de Jesús, nunca podrás llevar el Evangelio. ¿Cuál es la forma? Sensibilidad. Que haya sensibilidad. Los sacerdotes nunca se deben avergonzar de tener sensibilidad. Que acaricien la sangre sufrida de Jesús. Hoy hay una necesidad por una revolución de ternura en este mundo que sufre de «cardioesclerosis».

Fuente Infobae.com/ AFP