Susan David es una afamada psicóloga de la Escuela de Medicina de Harvard, con post-doctorado en Investigación de emociones en Yale, que ha escrito uno de los catalogados como “mejor libro de 2016” en casi todas las tiendas de libros electrónicos. Lo que nos importa de la obra hoy es que, en gran parte, constituye una crítica a la obsesión por la felicidad en nuestra cultura y cuestiona la utilidad de la circulación de la “actitud positiva” adoptada por gente.
Resulta que si no te ríes mucho, si los eslóganes motivacionales no te atraen, si no tienes una respuesta positiva para todo o Mr. Wonderful te da arcadas, no estás haciendo nada mal.
Según la autora, decidir pensar en positivo a toda costa —tiranía de positividad— para ignorar las emociones negativas o difíciles, no va a funcionar. “Emociones como la tristeza, la culpa, el dolor o la ira son los faros de nuestros valores. No nos enojamos por cosas que no nos importan. No nos sentimos tristes o culpables por nada. Si decidimos ignorar estas emociones, estamos eligiendo no aprender acerca de nosotros mismos.
Entonces, ¿qué funciona para ser feliz? Según la investigación presentada por Robert Waldinger en esta charla, el Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard, puede que el estudio más largo de vida adulta realizado en la historia: las buenas relaciones son las que nos hacen más felices y más saludables. Punto.
Se han necesitado 75 años y varias generaciones de investigadores para llegar a esta conclusión porque si preguntas a personas en un momento aislado, cuáles son sus metas más importantes en la vida, más del 80% dice “hacerse rico”. Otro 50% dice “ser famoso”. Un buen porcentaje de lo que resta dice “ser feliz”. En cambio, si como ocurrió con esta investigación que decíamos, simplemente observamos qué funciona y qué no con el tiempo, vemos que ninguna de esas tres metas es la correcta. Ni siquiera, ser feliz.
Tristemente la evidencia muestra que las personas que establecen la felicidad como un objetivo por sí mismo, en realidad, son menos felices con el tiempo. En otras palabras, establecer la meta “ser feliz“ es la antítesis de encontrarla.
Todos los días expresamos alrededor de 16.000 palabras al exterior, pero dentro de nuestra mente tenemos miles y miles de pensamientos internos más. De hecho, la mayoría se queda dentro. Además de que nuestro cerebro no se calle, nuestro diálogo emocional suele ser juicioso. Inevitablemente a nuestro cerebro le gusta notar lo que hace mal, es su mecanismo de mejora. Precisamente por ello, los expertos sostienen que dado que estamos hechos de esa forma, forzarnos a pensar y consumir mensajes “rosas” va en contra de la natura. Lo que sí funciona es expresar lo que sentimos, y tener con quién, por eso estar siempre solos no parece que nos convenga.
Cuando se tiene un pensamiento o sentimiento malo, esto no significa que sea correcto, por supuesto, y no significa que tengas que actuar en consecuencia. Es sólo lo que estás sintiendo. Normalmente, hasta lo malo tiene sentido en tu cabeza. Cuando te sientes mal y no tienes a quién expresárselo, lo aceptas como una realidad. Lo cual es casi tan malo como contrarrestarlo con una tiranía positiva e ignorarlo, pues en ambos casos, no se aprende nada.
Parece ser, lo que funciona consiste en manifestarlo. Es más fácil distinguir entre un sentimiento ridículo y un hecho cuando estás acompañado, porque lo expresas y así verdaderamente analizas su coherencia. Se sostiene en la misma base que la técnica llamada escritura expresiva, un sistema que usan muchos psicólogos con las personas que padecen depresión, justamente para detener los mantras poco optimistas. Esto es porque por escrito es más fácil ver lo absurdo o poco argumentado que están pensamientos como «no lo conseguiré».
La Universidad de Carolina del Norte, de hecho, ha encontrado que la calidad de las relaciones sociales de una persona afecta a medidas específicas de su salud, como la obesidad y la hipertensión, en diferentes momentos de sus vidas. Y, en general, las personas con más vínculos sociales con la familia, los amigos o su comunidad son más felices, más sanos y viven más que las personas que tienen menos vínculos. Pero, por supuesto, no tiene que ver con la cantidad, lo que importa es la calidad de las relaciones.
Ilustra perfectamente el hecho de que los perros, que ni tan siquiera pueden hablar, aumentan los niveles de felicidad de sus dueños (estudios aquí y aquí) . Al menos en el largo plazo, estar mal acompañado o no acompañado en lo absoluto parece ser lo mismo. Con posibilidad, o sin ella.