Promover la convivencia pacífica desde el hogar, los centros de estudios, trabajo y sociedad constituye un desafío constante, primero por la tendencia que como nación tenemos de normalizar y en muchos casos hasta justificar las acciones violentas y segundo porque los esfuerzos encaminados desde los diferentes espacios para su prevención resultan insuficientes, ante los múltiples casos que a diario los medios de comunicación nos presentan.
Para muestra basta recordar sucesos de la pasada semana: Uno sobre las agresiones físicas de estudiantes en plena aula, otro, el de un ciudadano que abofeteó a un miembro de la AMET y el último, no menos importante, el de un padrastro que asesinó a un bebé de apenas 7 meses para seguir ejerciendo dominio de su pareja.
En todos los casos los agresores normalizaron la conducta violenta y ante un conflicto se dejaron de arrastrar negativamente por sus enojos, enfados, ira, furia o cólera según prefieran llamarlo, obviando por completo utilizar la inteligencia emocional para solucionarlo.
La inteligencia emocional según los profesores Peter Salovey y John Mayer (1990) consiste en la habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones.
Con frecuencia escuchamos decir que de nuestra actitud depende de nuestra felicidad, pero a la hora de enfrentar un conflicto cotidiano las emociones suelen guiarnos, reflejando en ellas nuestras percepciones, creencias y comportamientos.
Cabe decir que en la construcción de relaciones sanas y pacíficas la inteligencia emocional es esencial, implica tener la habilidad para manejar las emociones, a partir de reconocer los sentimientos tanto ajenos como los propios.
Para el psicólogo estadounidense Daniel Coleman la inteligencia emocional está basada en cinco capacidades: Descubrir las emociones y sentimientos propios, reconocerlos, manejarlos, crear propia motivación y gestionar las relaciones personales.
Lograr empatía para entender las posiciones de otra persona, visualizar las críticas y adversidades como simple piedras en el camino, de las que hay que nutrirse como experiencia y asumirla positivamente para seguir adelante, son parte de los beneficios que resultan de aplicar la inteligencia emocional en las relaciones, creando o manteniendo armonía en las mismas.
Si queremos contribuir al desarrollo de una sociedad en donde se fomenten la cultura de paz tenemos que necesariamente esforzarnos en educar en valores para que el respeto, la solidaridad y la tolerancia primen a la hora de solucionar las diferencias en el diario vivir.
Como padres, madres, abuelos, tutores, educadores y sobre todo como ciudadanos debemos enseñar la escucha activa, la comunicación fluida, desarrollo de empatía hacia los sentimientos de los demás y manejar las emociones en forma positiva para mantener un entorno con sana convivencia.
En definitiva, aplicando la inteligencia emocional podemos brindar más amor, gratitud, escucha y aceptación que hacen el convivir más pleno y feliz, dando por resultado disfrutar del derecho de la una vida libre de violencia.
Yanira Fondeur La autora es Presidenta de la Fundación Vida Sin Violencia.
Fuente: aplatanaonews.com