Por Cándida Figuereo Figueroa

Aprendí de mi madre, Altagracia Figueroa que en gloria esté, la importancia de la humildad y el trato equitativo con chicos, jóvenes y envejecidos cuando la oía musitar sobre la importancia de respetar a los demás al tiempo que subrayaba que “el mundo da muchas vueltas”.



Algunos textos definen la humildad como la “actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo”.



En el argot popular se es más explícito cuando se subraya “no dejar que suban los humos a la cabeza” porque todo lo que sube baja.

El cristianismo refiere que “La humildad es una virtud moral contraria a la soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo”.

Mientras que Santo Tomás de Aquino definió la humildad “como una virtud del cristiano”.

Añoro tener esa humildad y me esfuerzo en lograrlo cada día no haciendo a los demás lo que no deseo para mí, para mi tripleta de hijos, ni para las personas con quienes tengo el privilegio de compartir cada día en la faena laboral o en otros escenarios.

En las instituciones donde he tenido el privilegio de ejercer lo que aprendí en la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), con los más excelsos profesores sobre la materia en ese momento, asimilé que tan importante es el que dirige desde la cúspide una institución como el personal que mantiene la limpieza para hacer más grato el ambiente.

Siempre he apostado a la humildad como la principal fuente de armonía y lo presento en mi oración mañanera y nocturna, consciente de la brevedad del paso del hombre y la mujer por la tierra de donde nos vamos como vinimos, sin nada.

Es grato ver, por ejemplo, la sonrisa de quienes veo a mi paso cuando llego a la institución donde laboro y doy gracias a Dios por bendecirme con el privilegio de conocer a personas de corazón límpido, como lo tiene el inteligentísimo joven Antonio, quien cuando llega me da un abrazo como si yo fuera su madre y admito, con el permiso de mi prole, que lo veo como a un hijo.

“La humildad es una virtud moral contraria a la soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo. La humildad permite a la persona ser digna de confianza, flexible y adaptable, en la medida en que uno se vuelve humilde adquiere grandeza en el corazón de los demás”. Según dice un texto que promueve el Plan de Lectura de La Biblia que recoge 36 versículos que hablan sobre la humildad.

Me propongo acatar la importancia de la humildad en estos tiempos convulsos que precisan de mucha disciplina y de la contribución positiva de todos a favor de la paz.