El temor a ser reprendido o señalado por los demás cuando cometemos pecado nos cohíbe de confesarlo, por lo tanto las consecuencias que se generan producto del silencio son devastadoras. Nuestro espíritu va apagándose hasta el punto de preferir la muerte que seguir viviendo, debido a que la carga se hace más pesada e imposible de sostener.
Por eso, es necesario que permanezcamos bajo las alas del Altísimo, las cuales nos darán aliento de vida cuando nuestro corazón se quebrante delante de Su Presencia y reconozca que ha fallado.
Dios no se aparta; nosotros nos alejamos cuando dejamos que el enemigo ciegue nuestro entendimiento y pecamos. Muchos piensan que Dios tiene un látigo para castigarnos por nuestros hechos, y no es así. Él, al que se arrepiente y confiesa sus pecados, lo espera con los brazos abiertos para restaurarlo y levantarlo.
No importa la magnitud de tu pecado; tan solo importa que reconozcas al único que tiene un corazón lleno de misericordia y nos da la oportunidad de empezar de nuevo, haciéndonos entender que ese lugar (pecado) no es para nosotros y dándonos las fuerzas para no volver a hacerlo.
Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios
Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él.
Jueces 16:20
Dios se puede apartar de nosotros si no hacemos su voluntad, y tal vez no nos vamos a dar cuenta porque tal vez nunca hemos dependido de Dios para hacer las cosas gloriandonos de nosotros mismos