Cuando vamos al mercado nos preocupamos por escoger con cuidado lo que vamos a comprar, evitando lo que está dañado o lo que no tiene buen aspecto, escogiendo lo que se ve bien y está bueno. Así evitamos que nos haga daño, a la vez que nos cuidamos de no malgastar nuestro dinero en cosas que no sirven.

Lo mismo sucede cuando vamos a sembrar. Indagamos cómo son los frutos de ese árbol y, si la información recibida es buena, procedemos a sembrar la semilla. De lo contrario, desistimos de hacerlo, porque nadie sembraría los frutos de ese árbol si sabe que no son buenos.



Así tiene que ser nuestra vida; debemos tener mucho cuidado con lo que hacemos, porque una mala acción es una mala semilla que queda sembrada en los corazones de los demás. Por eso, nuestro corazón debe estar apartado de toda contaminación para que nuestros pensamientos sean tan puros como los de Dios. Estos son el resultado de un cambio y una transformación genuina, a causa de los cuales siempre estamos dispuestos a dar lo mejor.

Apartémonos de lo malo, improductivo y dañino que pueda afectar nuestra semilla; rodeémonos de todo lo bueno, agradable y perfecto que es Su Voluntad. De esta manera lo que levantemos para las próximas generaciones será conocido por sus buenos frutos.



Por la pastora Montserrat Bogaert/ Iglesia Monte de Dios.