La paciencia, o la falta de ella, se extiende a todos los aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, cuando usted espera un ascensor, ¿presiona varias veces el botón? O si está atascado en la fila de un supermercado, ¿espera con calma o se queja acerca de lo mal manejada que está la tienda?

Aunque hasta cierto punto nuestros temperamentos pueden determinar nuestra capacidad de esperar, la clase de paciencia que Dios quiere que tengan los cristianos es la que produce el Espíritu Santo (Ga 5.22, 23). Separados de Él, es natural que nos volvamos impacientes cuando la gente nos frustre o las circunstancias no sean de nuestro agrado.



El fruto espiritual de la paciencia nos permite decir: Estoy dispuesto a renunciar a la gratificación inmediata y a esperar que el Señor se encargue. Es una tranquilidad interior y una confianza que solo provienen de Dios. Esto no significa que no sentiremos presión o estrés, pero al entregarle al Señor nuestras expectativas, calmará nuestro corazón y nuestra mente.



David entendía esta verdad. Mientras esperaba convertirse en rey, tuvo varias oportunidades de matar a Saúl, el gobernante imperante en la nación. Al negarse a tomar ventaja de la situación, David demostró paciencia y fe en el tiempo de Dios (1 S 24.10, 11; 26.10, 11).

La paciencia es una cuestión de confianza en Dios. ¿Está usted dispuesto a poner de lado sus expectativas tanto para los pequeños como para los grandes acontecimientos de su vida? ¿Es capaz de reconocer que el tiempo del Señor es más confiable que el suyo? Si es así, está en el camino de ser una persona verdaderamente paciente.

Fuente encontacto.org