Satanás es el enemigo de todo creyente, y sus mentiras roen nuestra fe. El apóstol Pablo llama a sus tretas “dardos de fuego”, y nos asegura que nuestro escudo de la fe es capaz de apagarlos (Ef 6.16). Pero el diablo trata de sembrar dudas en cuanto a nuestra salvación, con la esperanza de que dejemos nuestro escudo de fe y le creamos. Sin embargo, si entendemos sus métodos, podemos evitar sus trampas.

El pecado sin confesar. Satanás nos tienta a pecar, y si cedemos, nos susurra: “No puedes ser salvo. Mira lo que acabas de hacer”. Este ciclo de acoso continúa hasta que confesamos el pecado y clamamos la promesa de Dios de que quienes reciben a Cristo son salvos (1 Jn 5.10-12).



La ignorancia de la Palabra de Dios. Si un creyente no está bien fundamentado en las Sagradas Escrituras, puede ser engañado por falsas enseñanzas. Por ejemplo, no es raro escuchar que sea imposible estar seguros de la redención o que la salvación pueda perderse. Pero tenemos la espada del Espíritu para silenciar las mentiras, porque las falsas doctrinas no resisten el escrutinio bíblico. Por eso es esencial estudiar la Palabra.

La confianza en las emociones. Cuando dependemos de los sentimientos y las experiencias, en vez de la verdad de la Palabra de Dios, los altibajos en nuestra vida espiritual pueden hacernos “sentir” que no somos salvos. Sin embargo, la seguridad genuina se basa en la fe en el Señor y en las promesas de su Palabra, no en las emociones.



Levante su escudo de la fe, tome la espada de la Palabra de Dios y confíe en que el Señor luchará por usted en las batallas contra el enemigo. El Señor es su defensa y su protección.