Hay algo en la naturaleza humana que se resiste a apoyarse en otros para obtener ayuda. De hecho, desde sus inicios, los Estados Unidos ha sido conocido por su espíritu independiente y su autosuficiencia. Pero lo que puede ser considerado beneficioso en una cultura, no es lo que Cristo recomienda para su Iglesia. Aunque cada uno de nosotros es salvo de manera individual, el Señor no desea que vivamos como si estuviéramos en una isla, separados de quienes nos rodean. Somos llamados el Cuerpo de Cristo, y como tal, nuestras vidas están destinadas a vincularse con las de otros creyentes en una iglesia local.

Las diversas maneras en que nos apoyamos los unos a los otros que se resumen en el pasaje de hoy, cubren una amplia gama de experiencias, desde el regocijo hasta el sufrimiento. No importa dónde nos encontremos en este espectro, Dios nos llama a dedicarnos unos a otros por medio del servicio, la oración y la hospitalidad. El apóstol Pablo también especifica las actitudes que debemos tener cuando nos cuidamos unos a otros: amor sincero, generosidad, honra, diligencia y entusiasmo.



Como puede ver, la iglesia es un lugar para participantes, no para espectadores. Sin embargo, muchos cristianos creen que este tipo de participación es demasiado costosa. Así que vienen el domingo, se paran a cantar, se sientan a escuchar y salen para regresar a sus vidas. El término “espectador cristiano” no se aplica solo a aquellos que evitan ir a la iglesia. De hecho, muchas iglesias están llenas de espectadores que se sientan en las bancas cada semana, pero que nunca tocan la vida de un hermano en Cristo. ¿Qué me dice de usted? ¿Es un espectador o un participante?