Estamos en plenas vacaciones de medio año. Viajes, hoteles, descanso. ¿Es usted de los turistas que se orinan en la piscina? Por supuesto que sí. ¡Y de qué manera!

Si en dos horas de piscina usted se orina unas cinco veces, multiplique ese promedio por las 15, 40 o 70 personas que están a su lado haciendo lo mismo. A eso, agréguele luego la cantidad de litros por vejiga derramada.



Dije “cinco veces” pero probablemente sean más dada la cantidad de cervezas, frescos, tragos, agua y frutas que consumen los bañistas, suficiente para sospechar que, en algún momento pico del día, en la piscina podría haber más orina que agua.

Una reciente encuesta de la compañía Travelzoo entre 9500 turistas de cinco países lo corrobora: el 64% de los estadounidenses admitieron sin reparos orinar en las piscinas, seguidos de los canadienses (58%), los británicos (46%), los alemanes (44%) y los chinos (41%).



¿Y las orinadas de quienes no lo admiten?

¿Y las de los latinos a los que, por súper meones acuáticos que somos, ni siquiera nos incluyen en las encuestas?

Entre tanto, usted nada, flota, chapalea, se sumerge, se ahoga, traga agua, come y bebe a placer en la piscina sin percatarse de la bomba química que le rodea y que, con el tiempo, podría estallarle.

Hasta el campeón olímpico mundial de natación, Michael Phelps, admitió que orinarse en la piscina es una práctica común entre todos los nadadores, en cuenta él. Sin embargo, justificó el hecho de manera incorrecta: “El cloro la mata (a la orina)”.

Todo lo contrario. El detonante surge cuando esta se mezcla dentro de la piscina con el cloro y otros productos de desinfección provocando una reacción tóxica muy perjudicial.

El cloruro de cianógeno y la triecloramina son dos engendros de esta mezcla química que podrían dar pie a enfermedades pulmonares, del corazón y del sistema nervioso central, así como convulsiones, coma, cáncer y muerte, según múltiples investigaciones científicas.

Por si fuera poco, si a la orina en la piscina le sumamos también el sudor, la saliva, los residuos cosméticos, los mocos, la piel, los gases, las lágrimas, los pelos de todo tipo, los protectores solares de los bañistas y una cantidad inadecuada de cloro, la bomba se nos vuelve atómica.

Catherine Garceau, otra campeona olímpica de natación de Sydney 2000, es una de las víctimas más renombradas de la contaminación de las aguas en las piscinas. Llegó a padecer de severos trastornos digestivos, bronquitis crónica y migrañas frecuentes.

Por eso, la próxima vez piénselo bien antes de soltar el chorro en la piscina. El esfuerzo de ir al baño bien vale la pena, así como ducharse antes de entrar a ella y al salir.

Si le da pereza ir hasta el baño, échese entonces la orinada con disimulo mientras se ducha. Pero solo la orinada.