Las puertas cerradas pueden ser frustrantes. El apóstol Pablo conocía ese sentimiento. En su segundo viaje misionero, durante el cual había esperado contar la buena nueva en Asia, el apóstol encontró una y otra vez su camino bloqueado por el Espíritu Santo. Debe haber parecido extraño que Dios le impidiera compartir el evangelio.

La Biblia no dice cuánto tiempo permanecieron Pablo y Timoteo en Troa, pero creemos que el apóstol no se movió hasta que el Señor le mostró un nuevo campo misionero (Hch 16.9, 10). Las acciones de Pablo ilustran el principio que se encuentra en Proverbios 3.5, 6, de que Dios allanará la senda de quienes eligen confiar en Él en vez de sí mismos.



En tiempos de espera debemos buscar el plan y la guía del Padre celestial para saber el porqué de la espera —tal vez el momento no sea el adecuado o estemos pecando. Cualquiera sea la razón, debemos ser sensibles a la dirección del Espíritu Santo. Y de la misma manera, necesitamos estar preparados para entrar por la puerta que se abrirá.

Cuando se presenten obstáculos, recuerde que Dios tiene una razón para permitirlos. Él nos está amando y protegiendo, incluso en nuestra frustración; y además cumpliendo su promesa de disponerlo todo para nuestro bien (Ro 8.28). Cuando una puerta se cierra, otra se abre. Sea sabio y esté atento a ella.



Fuente Encontacto.org