A mal tiempo buena cara. Es el lema de Rachid Saidi, que mantiene la sonrisa pese al desplome de las reservas en su hotel en el corazón de París debido a la crisis del coronavirus, que está haciendo temblar a comerciantes y hosteleros.
«Es un período difícil, pero hay que ser fuertes… ¡No nos queda otra!», dice, pragmático, Saidi mientras consulta las cancelaciones o cambios en las reservas en su hotel, Monsieur Saintonge, ubicado en el muy turístico barrio del Marais, en el centro de París.
«Estamos a 50% del precio normal y a pesar de eso no hay ninguna repercusión en las reservas. ¡Aunque ponga las habitaciones a 1 euro no estoy seguro de que venga más gente!», añade con una risa nerviosa este dinámico cuarentón, responsable del establecimiento de cuatro estrellas.
Saidi calcula que registrará pérdidas de entre el 30% y el 40% de su volumen de negocios en marzo, debido, entre otros, a un desplome del turismo de negocios por la cancelación de grandes eventos como el Salón Mundial del Turismo o la prestigiosa Feria del Libro de París.
La preocupación es generalizada en el sector, ya lastrado por una ola de huelgas y manifestaciones desde hace varios meses. En estos días, responsables sindicales del sector hotelero alertaron de la «situación dramática» y pidieron al Estado ayudas para las pequeñas y medianas empresas.
Según estas fuentes, 900 empresas han solicitado la reducción de la jornada de trabajo para sus empleados debido a la epidemia y la mitad pertenece al sector de la hotelería y la restauración.
– ‘Los turistas tienen miedo’ –
En este contexto, Rachid Saidi no escatima precauciones para proteger a sus clientes y empleados.
En la recepción colocó una enorme botella de gel desinfectante para manos y un cartel con las recomendaciones del ministerio de Sanidad para impedir un contagio masivo en el país, uno de los tres principales focos europeos de la COVID-19, junto a Italia y España, con al menos 1.784 casos y 33 muertos.
Saidi ordenó también a sus empleados un mayor cuidado en la limpieza de las 22 habitaciones. «Sobre todo los pomos de las puertas, los controles remotos y todo lo que los clientes pueden tocar», explica.
A unos metros de su hotel, Gilles, un vendedor de libros antiguos instalado a orillas del río Sena, se impacienta. «Estamos a mediados de marzo, deberíamos comenzar a ver más turistas, pero no es el caso», afirma nervioso, mientras fuma un cigarrillo. «¡Es una catástrofe!», exclama.
«Los turistas tienen miedo a venir y en parte los entiendo», añade este hombre, que saluda a sus compañeros con el codo, como se ha vuelto normal para prevenir el contagio del coronavirus.
– ‘¿Quieren ver mi libro de cuentas?’ –
Tampoco se agolpan los turistas en la tienda de souvenirs «Made in Paris», cuyos estantes están llenos de llaveros de la Torre Eiffel, miniaturas del Arco del Triunfo o camisetas del París Saint-Germain.
«Cada día hay menos gente», afirma a la AFP su gerente, Aurélien Vargas. ¿Quieren ver mi libro de cuentas?», pregunta. Sin esperar una respuesta, sube a su oficina a buscarlo. «Veamos. El 9 de marzo de 2019 vendimos por 911 euros y el 9 de marzo de este año vendimos apenas por 177 euros», muestra, abatido.
«La pregunta ahora es si vamos a lograr pagar el alquiler del mes que viene», añade este treintañero cuyo rostro refleja inquietud por el impacto a largo plazo de esta crisis sanitaria sobre la economía, que el ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, ya advirtió que podría ser «severo».
Pero no todo es negativo. Algunos turistas disfrutan visitando un París menos abarrotado. «Hay poca gente y es más fácil ir de un lado a otro. Al museo del Louvre entramos casi directamente, no había la larga fila de espera que hay normalmente», cuenta sonriente Chris Prousa, un turista británico.
Frente a la famosa fuente Stravinsky, entre el Centro Pompidou y la iglesia de Saint-Merri, un grupo de adolescentes madrileñas disfruta también de la calma. «Cuando vine con mis padres hace unos años había tanta gente que era imposible tomarse una foto frente a la fuente», dice, sorprendida, Marina Pita, de 16 años.
Las adolescentes vinieron a la capital francesa con sus compañeros de clase. «Algunos se quedaron porque sus padres tenían miedo al coronavirus», cuenta la joven de ojos claros y cabello rubio, que no lleva mascarilla. «Ya estamos aquí así que vamos a disfrutar de nuestro viaje».