Los amigos se reúnen en torno a la mesa de dominó, los negocios cambian el cartel de «cerrado» por el de «abierto» y reaparece el transporte público. Con el coronavirus controlado, Cuba comenzó el retorno a la «normalidad», pero aún sin visitantes extranjeros.

Hace 100 días, Luciano y Reynold solían encontrarse frecuentemente para jugar dominó en el patio de la casa de Israel, en la calle 47 de San José de Las Lajas, un pueblo de 73.000 habitantes en la provincia de Mayabeque, al este de La Habana.



Pero tras el confinamiento por la COVID-19 no habían podido dedicarse a este pasatiempo de gran predilección en el Caribe. Desde este jueves se encontraron de nuevo, aunque llevando una mascarilla, como medida de protección.

«Soñábamos no solo con regresar al dominó, soñábamos conque hubiera salud para el mundo entero, que por desgracia no la hay», dice Reynold Dieppa, un jubilado de 82 años, mientras ordena sus fichas.



La isla de 11,2 millones de habitantes, que acumulaba al cierre del miércoles 2.295 casos, 2.020 altas médicas y 85 fallecidos, inició el jueves la primera de sus tres fases de desconfinamiento, tras considerar controlada la pandemia.

Sin embargo, su capital, La Habana, y su vecina Matanzas -donde está el balneario de Varadero- aún mantendrán restricciones porque siguen registrando contagios.

En San José -como en gran parte del país- pese a que las medidas ya comenzaron a relajarse, es obligatorio el uso de mascarilla en lugares públicos y el distanciamiento físico en los comercios.

«Me siento feliz. Estuvimos como dos meses sin poder jugar y empezamos de nuevo», dice Luciano Martínez, de 74 años.

-Control de ingreso-

Gran parte del territorio no presenta casos de COVID-19 desde hace varias semanas, luego de que se cerraran las fronteras el 24 de marzo y se aislara tanto a los pacientes como a sus contactos de los últimos 15 días, para evitar mayores contagios.

Pero La Habana es aún una localidad de riesgo, y existe una especie de control fronterizo cuando se viaja desde la capital hacia San José, a unos 30 kilómetros.

Con la ayuda de un policía, un equipo médico intercepta a los conductores en la estrecha carretera de acceso a esa ciudad, que está libre de casos de COVID-19, y mide la temperatura de quienes ingresan y toma sus datos.

Al entrar en San José todo va cobrando vida nuevamente. En sus calles, que estuvieron vacías por varias semanas, reaparecen los taxis y los ómnibus de transporte público, necesario en un país donde los automóviles particulares no son masivos.

Los choferes aplican un desinfectante a base de cloro en las manos de cada pasajero. No pueden sentarse juntos.

«Se siente uno bien, estamos contentos porque ya el pueblo va a tener en qué transportarse, pero con la mayor disciplina», dice el chofer Jesús Arbiza de 58 años, mientras aguarda pasajeros en una parada.

En este primer día de reinicio de operaciones aún hay pocos pasajeros.

– Ya abrimos –

El turismo internacional, principal motor económico del país, aún comenzará en la segunda fase, el 1 de julio, pero con el ingreso de turistas en vuelos de menor tamaño directamente a los islotes que rodean el territorio, evitando el contacto con la ciudadanía.

Se prevé que la tercera fase, con apertura total del país, pueda ocurrir desde agosto.

Mientras tanto, en San José, los letreros luminosos de «abierto» se cuelgan en las puertas, aunque aún se observan carteles en algunas casas que dicen «No recibo visitas».

«Empezamos a trabajar hoy [jueves], después de tres meses que llevamos sin trabajar, ya empezamos poquito a poquito a ver cómo es que va evolucionando en estos días», explica Yusnavy Díaz, de 23 años, desde la puerta de una oficina de impresión digital.

«Los abrazos de los amigos, el reencuentro de los familiares, eso es lo que más extraño», dice.

Las barberías también abrieron. «Trabajamos a distancia, sólo una persona dentro de la barbería. Yo uso nasobuco [mascarilla], el cliente no puede quedar de frente a mí y no podemos conversar», explica el barbero Andrés Fernández, de 54 años.

Unos metros más allá, Eddy Pérez acomoda las mesas de un restaurante de comida china para comenzar a recibir clientes, pero con un 50% de la capacidad del local.

«Se ve otra vida en el pueblo, en el transporte, las personas transitando de un lado a otro, no se veía, eso es vida», comenta.