El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU fue galardonado este viernes con el Premio Nobel de la Paz por alimentar a millones de personas en un mundo donde el hambre, a veces convertida en un «arma de guerra», se agravará debido a la pandemia del nuevo coronavirus.

El PMA recibe este galardón por «sus esfuerzos en la lucha contra el hambre, su contribución para mejorar las condiciones de paz en las zonas afectadas por los conflictos y por haber impulsado los esfuerzos para no convertir el hambre en un arma de guerra», declaró la presidenta del Comité Nobel, Berit Reiss-Andersen.



En helicóptero o a lomos de un camello o un elefante, el PMA distribuyó el año pasado 15.000 millones de raciones de comida y asistió a 97 millones de personas en 88 países.

Las cifras pueden parecer enormes, pero solo representan una parte muy pequeña de las necesidades del mundo.



El PMA se autodefine como «la mayor organización humanitaria» en un mundo donde 690 millones de personas, es decir una de cada 11, sufrían en 2019 de manera crónica la falta de alimentos.

Cifras que sin duda han empeorado este año debido a la pandemia del nuevo coronavirus.

Recibir el Nobel de la Paz es un «momento de orgullo», reaccionó Tomson Phiri, portavoz del PMA, pocos segundos después del anuncio del Comité Nobel noruego.

«Parte de la belleza de las actividades del PMA se debe a que no solo aportamos alimento para hoy y mañana, sino que también le damos a la gente los conocimientos necesarios para satisfacer sus necesidades en los días de después», agregó.

El Nobel «es una poderosa manera de recordar al mundo que la paz y la erradicación del hambre son indisolubles», reaccionó además en Twitter la organización.

Es el duodécimo Nobel de la Paz concedido a una organización o personalidad de la ONU o vinculada con Naciones Unidas.

El PMA fue fundado en 1961, tiene su sede en Roma y se financia únicamente por donaciones voluntarias.

 

– Hambre de proporciones «bíblicas» –

 

Los países en conflicto son una de las prioridades del PMA ya que la guerra es al mismo tiempo causa y consecuencia del hambre.

«No hay 1.000 maneras de actuar (…) La única manera de terminar con el hambre es poner fin a los conflictos», declaraba en septiembre el director general de la organización, el estadounidense David Beasley.

Yemen es un ejemplo doloroso y flagrante de sus afirmaciones.

La ONU y diversas oenegés han alertado sobre las consecuencias humanitarias del conflicto que opone desde 2015 al gobierno, apoyado por una coalición militar dirigida por Arabia Saudita, y los rebeldes hutíes, respaldados por Irán.

Los combates han provocado decenas de miles de muertos, la mayoría de ellos civiles, según las oenegés, y tres millones de desplazados y han dejado al país hundido en una profunda hambruna. Dos tercios de sus 30 millones de habitantes «no saben qué podrán comer la próxima vez que tengan hambre», según el PMA.

El covid-19 ha enturbiado aún más el panorama humanitario mundial por sus consecuencias sanitarias y económicas.

«Podemos enfrentarnos a hambrunas de proporciones bíblicas dentro de algunos meses», avisó David Beasley en abril.

Según un informe de la ONU publicado a mediados de julio, la recesión mundial provocada por el coronavirus puede hacer que entre 83 y 132 millones de personas suplementarias sufran el hambre en primera persona.

«El Programa Mundial de Alimentos habría sido un laureado digno sin pandemia pero la pandemia y sus consecuencias aumentan las razones para concederle este premio», dijo Reiss-Andersen.

La presidenta del Comité Nobel subrayó además la necesidad de «encontrar soluciones multilaterales para combatir los desafíos a los que se enfrenta el mundo».

En total, 211 individuos y 107 organizaciones eran candidatos al Nobel de la Paz este año.

El premio, que consiste en una medalla de oro, un diploma y diez millones de coronas suecas (cerca de 1,1 millones de dólares, 950.000 euros) será entregado formalmente el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de su fundador, el empresario y filántropo sueco Alfred Nobel (1833-1896), si las condiciones sanitarias lo permiten.

El año pasado, el premio fue adjudicado al primer ministro etíope Abiy Ahmed, por sus esfuerzos de acercamiento con el exhermano enemigo, Eritrea.