De Juan Zalazar – He tenido que escuchar nuestro Himno Nacional completo en los últimos meses cada mañana, cuando Jaelys, la hija de mi sobrina Mariela, toma sus clases a distancia por televisión debido a la pandemia del Covid-19.

Nuestro Himno Nacional compuesto por José Reyes y Emilio Prud’Homme es un canto a la libertad desde la primera hasta la última estrofa.



Refleja en cada verso esa pasión por ser libres que nos insufló el padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, cuando concibió a la República Dominicana como una nación que jamás sería servil, prefiriendo antes incluso hasta su destrucción.

“Nuestra Patria será libre o se hunde la isla”, dice uno de los pensamientos del forjador de la nacionalidad dominicana, quien se cuidó de que el lema del país también lo reflejara “Dios, Patria y Libertad”, y de que su escudo tenga la Biblia abierta en el libro de los evangelios con el versículo “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.



Las palabras “libre” y “libertad” aparecen en nueve ocasiones en el Himno Nacional, que precisamente concluye repitiendo tres veces esta última, como para que no quede dudas de cuanto valor debe tener la libertad para quienes tenemos el honor de haber nacido en este país colocado en el mismo trayecto del sol y al mismo tiempo procedente del fondo de la noche, como certeramente lo definió nuestro poeta nacional Pedro Mir.

Se trata de una libertad que, a veces mal comprendida, se puede expresar con el llamado “teteo” excesivamente desafiante a la autoridad que la limita, con el foco puesto en salvar vidas y prevenir contagios por el nuevo coronavirus.

Son ansias de libertad entendibles, aunque a veces rayen en un libertinaje al que sí es necesario poner freno, pero sin caer en prácticas que superamos cuando aquel 30 de mayo de 1961 pusimos fin a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, la más execrable en Latinoamérica y la máxima expresión del terrorismo de Estado de la historia dominicana.

Inquieta que un sindicalista, ahora más envalentonado por ostentar una curul en el Senado, reconozca que es una “medida trujillista” impedir a los no vacunados abordar los autobuses del sindicato que dirige, porque alega que es su empresa, pero olvidando que brinda un servicio público con rutas asignadas por el Estado.

Preocupa también que una gobernadora amenace con no pagar sus sueldos a los empleados que se resistan a vacunarse, o la advertencia de que se limitaría incluso el acceso de los ciudadanos a lugares públicos indispensables para garantizar el libre tránsito que consagra nuestra Constitución.

Son posiciones de quienes, sintiéndose “trujillitos”, piensan que el poder otorga licencia para violentar derechos y libertades ciudadanas, en aras de garantizar la supervivencia y convivencia ciudadana, también tan valiosas como la libertad.

En medio de los anhelos autoritarios del sindicalista-senador y la gobernadora, reconforta la posición que asumió la pasada semana el presidente del Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP), Pedro Brache, quien considera que las empresas deben tomar acciones para incentivar la vacunación, sin optar por la obligatoriedad.

Al final pienso que la mayoría de la población, sin caer en las imposiciones que en lugar de ayudar aumentan las suspicacias, terminará entendiendo que inmunizarse contra el Covid-19 es la mejor salida frente a un virus que por casi dos años también nos ha robado nuestras ansias de vivir en libertad.

En el acto para conmemorar el Día de la Libertad el pasado 29 de mayo, en el monumento en honor a los ajusticiadores del tirano Trujillo, el presidente Luis Abinader proclamó que la causa más noble que el hombre puede conquistar es la libertad.

“Llevemos siempre como bandera la luz de la libertad en nuestra alma inconquistable”, declaró el mandatario, luego de cuestionar con dureza esos 30 años de una dictadura despiadada y sanguinaria.

Siempre será preferible la libertad mal entendida del teteo, a veces hasta irreverente, porque habrá la oportunidad de encarrilarla bajo el imperio de la ley cuando degenera en libertinaje, a un “trujillito” que pretenda imponer su autoridad y sepultar esas ansias de libertad selladas en la epidermis de la patria.

Esa patria que, como reza nuestro Himno Nacional, es su escudo invencible el derecho y su lema ser libre o morir.

Por: Juan Salazar en el Listín Diario
juan.salazar@listindiario.com