El nacimiento de un bebé marca el comienzo de un nuevo periodo vital para sus progenitores. Un problema bien establecido durante los primeros meses de vida del bebé es la falta de descanso de los padres debido a los frecuentes despertares nocturnos.

Esto conlleva una reducción de su cantidad de sueño, que se añade a las tareas de cuidado constante del bebé, relacionadas con la alimentación, higiene, llanto, afecto, etc., así como la gestión de la nueva, a menudo más compleja, vida familiar. Todo ello puede provocar una gran cantidad de efectos colaterales sobre la salud psicológica y física de los padres, así como afectar su funcionamiento en el ámbito social y laboral.



Aunque la carga sea compartida entre padres y madres, las investigaciones señalan que las madres suelen experimentar un nivel de somnolencia y fatiga más alto que los padres, ya que tienen un sueño más fragmentado, con más despertares nocturnos y pasan más tiempo despiertas (Cookling y col., 2012; Insana, 2014), pudiendo devenir este estado incluso en fatiga crónica y/o depresión postparto.

Una pregunta que los padres inevitablemente se hacen tarde o temprano es la de cuánto durará ese periodo. Este conocimiento es importante para que las madres y padres ajusten sus expectativas con respecto a la crianza y el sueño del bebé, ya que se ha visto que expectativas poco realistas conllevan una mayor fatiga (Cooklin y col., 2012).



Aunque los padres normalmente anticipan que tendrán un sueño interrumpido durante la crianza temprana, a menudo no anticipan bien los efectos que esto les causará en su funcionamiento diario, su salud y bienestar, lo cual puede llevarles a hacer planes y fijar objetivos que al final sienten que son incapaces de alcanzar.

Lo cierto es que la consolidación del sueño en los bebés es un hito del desarrollo temprano en el que interviene una compleja interacción entre procesos biológicos, factores ambientales, comportamentales, sociales, estilos de crianza, tipo de alimentación, expectativas de los padres, etc., y, por tanto, puede variar enormemente en cada caso particular.

Aunque lo normal es que los bebés vayan reduciendo el número de despertares nocturnos y duerman de una manera cada vez más prolongada a medida que trascurren sus dos primeros años, muchos progenitores todavía siguen experimentando problemas relacionados con el sueño de sus hijos después de esa edad. En el caso de las madres, aunque los niños hayan adquirido un ritmo de sueño aceptable, todavía pueden tener dificultades en dormir lo suficiente debido a múltiples causas que pueden haber comenzado durante el embarazo y el periodo perinatal o posterior.

Por todo ello, las estimaciones que habitualmente se hacen y que pronostican sólo “unos pocos meses malos” para los padres en realidad puede que estén subestimando lo que ocurra en realidad.

A menudo, las investigaciones se han centrado básicamente en el periodo postparto, y sólo rara vez han ido más allá a la hora de estudiar la somnolencia y la fatiga de los padres. Por ello, muchas investigaciones han concluido que el tiempo en que los padres no tendrán niveles de energía normales será de seis meses como máximo.

Sin embargo, en los pocos estudios longitudinales que han ido más allá de este límite se ha encontrado que los síntomas de sueño y fatiga pueden permanecer hasta los dos años (Sivertsen y col., 2015, Saurel-Cubizolles, 2000) y que, incluso, pueden durar hasta los seis años después del nacimiento del bebé (Richter y col., 2019, Cooklin y col., 2012). Esto posiblemente produzca bastante sorpresa a algunos, sobre todo para padres primerizos, pero quizás no sorprenda tanto a padres experimentados.

Una ilustración de los cambios en la duración del sueño puede verse en la Figura 1, adaptada a partir de Richter y col. (2019), estudio en el que se hizo un seguimiento de una muestra de 2541 mujeres y 2118 hombres durante un periodo de 7 años. El gráfico muestra el cambio en minutos de sueño respecto a la situación previa (marcada con la línea horizontal en el cero) en el momento de la entrevista. La línea de puntos indica el momento aproximado del nacimiento del bebé.

Como puede verse, después del nacimiento del bebé el sueño de la madre disminuye en casi cuarenta minutos, manteniéndose en niveles inferiores a los previos hasta incluso pasados los 6 años. En el caso de los padres, la reducción de sueño también se produce, aunque el cambio durante el primer año no es tan grande como en el caso de las madres. Los datos de satisfacción sobre la calidad del sueño van en paralelo a los de duración, indicando que dicha satisfacción tampoco se recupera por completo a los niveles previos al embarazo ni en las madres ni en los padres durante este periodo.

En resumen, el tiempo para que los padres recuperen un descanso normal posiblemente se extiende bastante más allá de los primeros meses desde el nacimiento del bebé, y puede alargarse más de lo que a menudo se piensa. Saber esto es valioso, puesto que los padres que se encuentren en esta situación pueden sentirse frustrados al compararse con otros, aparentemente más afortunados, que les dicen que ya debería ser el momento de volver a tener una vida normal y de retomar los objetivos laborales o personales que se hayan visto obligados a posponer.

Transmitir ese conocimiento a las familias puede ser una primera línea de intervención que servirá para aliviar el agobio que sufren al no poder hacer todo lo que se supone que tendrían que hacer porque “vuestro hijo ya dormirá toda la noche, ¿no?”.