Mata Grande, una comunidad del municipio San José de las Matas, dotada de una belleza natural, donde su gente transpira calidez al hablar. Mientras los lugareños veían pasar a los aventureros que por sus trillos transitan hacia la cima más alta del Caribe, El Pico Duarte, también se hundían en la desolación por tener a sus hijos en casa, sin la esperanza de alcanzar la cima del saber y del desarrollo; pues nunca habían ido a una escuela.

Algunas madres hacían sus mejores esfuerzos para alfabetizar a sus retoños en casa, como si quisieran ocultarle la indiferencia de quienes por años ignoraron el problema. Sin embargo, las autoridades del Ministerio de Educación, encabezadas por el Dr. Roberto Fulcar, trabajan con la firme convicción de que un solo niño no puede quedar fuera.
Sin embargo, las dificultades de acceso impedían que un alma generosa aceptara el reto de ser la puerta hacia la nueva vida para que los escasos estudiantes de Mata Grande tengan a quien llamar profe.



El director del Distrito Educativo 08-01, Martín Estévez fue partícipe de un momento memorable para los hombres y mujeres de esa comunidad, cuando llegó a la escuela Máximo Gómez Báez, cuyo nombre algunos habían olvidado y otros ni lo habían escuchado, con la buena nueva de que Luz María Polanco, con tan solo 24 años de edad y a punto de graduarse como maestra, aceptó el reto de trabajar en la comunidad que le vio nacer.

Con la llegada de la maestra Luz, la bandera volvió a ondear con tal elegancia que padres, madres y demás comunitarios henchidos de patriotismo entonaron las notas del Himno Nacional con la ilusión de que la historia no se repita jamás.



Teófilo Gutiérrez, presidente de la asamblea, al fin volvió a sonreír después de narrar que por años vivió con el alma rota, al pensar que los niños de su gente no pudieran aprender a leer y a escribir. “Eso me partía el alma, u’te”, dijo.

Tanto María Martínez como Karina Ulloa sonríen emocionadas al ver por primera vez a sus pequeños en un acto patrio. Todos hicieron la fila con sus mochilas cargadas con más esperanzas e ilusiones, que de útiles escolares.

La comunidad está de júbilo, aquí estamos felices, decían, mientras los representantes del Minerd explicaban las peripecias, y al final la satisfacción, para cumplir con un mandato constitucional: el derecho a la educación.

Con tanta belleza externa como deseos de aprender, la niña Diana Rodríguez, de 5 años de edad dice que le encanta obedecer, jugar y estar en su escuelita aprendiendo. De igual modo los demás compañeritos entraron felices a lo que antes solo era una edificación. Ahora están en su escuela, el lugar que les llevará hacia la innovación, aprendizajes y las oportunidades para formarse como grandes ciudadanos.

La educación ha cambiado, ahora llega a los puntos más recónditos como Mata Grande, donde no solo transitan los aventureros que disfrutan de sus paisajes, también los niños disfrutan porque pueden transitar por el maravilloso mundo del saber.